Lidia Lozano
Cultura
Yayoi Kusama, la artista de los lunares, las flores y las calabazas
La japonesa de 94 años es una figura clave del arte contemporáneo
A sus 94 años, Yayoi Kusama es la artista más cotizada del mundo. La nonagenaria nació en la ciudad de Matsumoto (Japón) en 1929 y, poco a poco, se labró una carrera basada en pintura, escultura, performance e instalaciones, por lo que se ha convertido en una artista completa. Fue pionera de la contracultura, de movimientos tan importantes y conocidos como el pop o el minimalismo, antes de que otros artistas masculinos como Andy Warhol le hicieran sombra.
Su cara era conocida, pero no lo suficiente como para que su arte le diera el sustento necesario para vivir. Años después de haber sido rechazada y relegada a un segundo plano por ser mujer y asiática, contó que Warhol "terminó copiando" sus ideas "y se hizo famoso por la repetición y la acumulación" de la que ella le había hablado tantas veces.
Lunares, flores y calabazas
Yayoi se interesó por el arte desde niña, aunque no precisamente por el tradicional. Su mayor obsesión era la vanguardia, la novedad en cualquier tipo de arte. Su familia la mantenía recluida y no aceptaba que quisiera ser artista, por lo que aprendió a crear de una manera muy rápida: "Tenía que terminar antes de que me pillara [mi madre]", cuenta en su documental 'Kusama: infinity'.
Por eso emigró a Nueva York en 1957, donde descubrió que podía aplicar el expresionismo abstracto a la escultura y a la instalación. Con la irrupción del movimiento hippie en los 60 se dedicaba a la performance. Desde entonces denuncia las discriminaciones raciales y de género, critica la guerra y el militarismo y llama la atención de los medios con sus happenings públicos.
Fue en ese momento cuando desarrolló su marca de identidad: los lunares. "Nuestra tierra es solo un lunar entre un millón de estrellas en el cosmos. Los lunares son un camino al infinito. Cuando borramos la naturaleza y nuestros cuerpos con lunares, nos convertimos en parte de la unidad de nuestro entorno", cuenta ella misma.
Otra de sus fijaciones son las flores, debido a una alucinación que sufrió de pequeña en la que estas le hablaban y que le causó un trauma. También hace uso de motivos de calabazas, hacia las que no siente ningún tipo de aversión, sino todo lo contrario.
En los años 70 regresa a Japón para llevar allí la modernidad de la que había aprendido. El feminismo, la psicología, la moda, la multiculturalidad y la sexualidad de sus obras eran demasiado avanzadas para el tradicional país que la vio nacer, por lo que allí era una mujer -quizá demasiado- adelantada a su tiempo.
En el Guggenheim de Bilbao
Su gran cantidad de obras es el conjunto por el que más se ha pagado en una subasta y ha expuesto en museos tan importantes como la National Gallery de Londres, la Tate Modern, el Museo Reina Sofía o la Bienal de Venecia. Y ahora, hasta el 27 de junio, algunas de sus obras podrán verse en el Museo Guggenheim de Bilbao.
La exposición 'Yayoi Kusama: desde 1945 hasta hoy' es una retrospectiva de una de "las figuras más influyentes del arte contemporáneo e icono cultural del siglo XXI". Según ha informado el centro artístico, la obra de Kusama se articula en torno a "los grandes temas y preguntas que han guiado sus exploraciones creativas: infinito, acumulación, conectividad radical, lo biocósmico, muerte y la fuerza de la vida".
50 años en un centro psiquiátrico por voluntad propia
Aquellas alucinaciones que sufrió de pequeña continuaron durante toda su vida y el arte le ayudó a canalizar su trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y la neurosis que le habían causado su familia y la Segunda Guerra Mundial, que la vivió durante su adolescencia. En 1973, de vuelta en Japón y sumida en una depresión por la muerte de su pareja (Joseph Cornell) se ingresó voluntariamente en un centro psiquiátrico.
Era consciente de que esa reclusión la haría caer en el olvido, pues su arte se basaba en ser el centro de atención a través de sus provocativos performances y rituales. Pero para ella el arte era lo que tenía que sanarle y las alucinaciones, la depresión y el trastorno la alejaban de ello. Vive en la institución pero trabaja en su estudio, que está a diez minutos a pie, y solo abandona su hogar cuando concede entrevistas o viaja a inaugurar alguna exposición.
Los primeros 20 años se mantuvo totalmente ajena al mundo exterior, creó sin parar hasta que le ofrecieron representar a su país en la Bienal de Venecia de 1993. El mundo del arte la empezó a ver y no como a una cualquiera, sino como lo que es: una gran artista. En su documental dice: "Ahora que el arte es lo único para mí, aunque esté en la última etapa de mi vida, quiero vivir para siempre".