Yolanda Hurtado nació en Colombia, vive en España desde hace 15 años y tiene la doble nacionalidad. A sus 67 años está jubilada y trabaja desde 2011 como voluntaria en la Fundación CUDECA dedicada al cuidado de enfermos con cáncer.
Esta voluntaria, que también participa en un voluntariado de atención a los mayores, nos explica que las personas que participan en este tipo de programas son mayoritariamente mujeres y que en su opinión esto se debe a que “a todas las personas nos nace el deseo de hacer una buena obra, pero pienso que los hombres se coartan más, como si les incomodara hacerlo, pero también hay hombres que lo superan, de hecho en mi grupo de voluntarios del hospital tenemos tres compañeros.
Confiesa que su vocación por el voluntariado nació hace ya muchos años leyendo La rueda de la vida, de Elisabeth Kübler-Ross. “Me enamoré de ese libro y de todo lo que hizo esa gran psiquiatra por los enfermos terminales. Mi sorpresa fue que cuando llegué a CUDECA, para hacer la entrevista para ingresar como voluntaria, y lo que yo tenía en mente era exactamente lo que había allí. Empecé a trabajar en la unidad de transporte y más tarde llegué a la de ingresos que es lo que realmente me apasiona”.
Fue precisamente allí donde, charlando con otros voluntarios, conoció el concurso de relatos de ciudadores profesionales de los Premios Supercuidadores y “como me han pasado infinidad de historias muy bonitas decidí participar con la historia que titulé ¡Amor del puro! porque la tengo muy grabada en mi recuerdo”.
Personas que están en paz
En su narración esta voluntaria cuenta la historia de un hombre que le preguntó: “¿Cuándo me esté muriendo voy a tener dolor?”. “Era un enfermo al que traté durante mucho tiempo y con el que tenía una gran confianza, pero cuando me dijo eso me pareció tan divino que me enamoré”, comenta Yolanda Hurtado entre sonrisas.
No fue aquella la única frase de su paciente que se grabó en la memoria de Yolanda, también le dijo: “Cuando me esté muriendo quiero llevarme en el pensamiento al ser que más amo en la vida”. “Era una persona tan avanzada, tan inteligente, preparada, tranquila, agradable y culta que daba gusto estar a su lado y entablamos una gran amistad. Cuando dijo aquello lo hizo con una enorme naturalidad y alegría, con la misma que nunca me quiso contar a quién se refería. Nos reíamos muchísimo y me confesó de todo, pero eso nunca me lo dijo. Sin duda su historia fue de amor, de verdadero amor”.
“Era un hombre que tenía perfectamente asumida su muerte, hay gente así en el hospital, gente que va asumiendo su proceso y lo acepta. Esas personas son maravillosas. Cuando aceptan que se van a morir y se dejan llevar te das cuenta de que son personas que están en paz. Es algo envidiable”, explica Hurtado antes de puntualizar que no todo el mundo es así y que "también hay mucha gente que muere con impotencia, con rabia”.
Yolanda ayuda, anima y apoya a los enfermos de cáncer a sobrellevar su enfermedad, pero confiesa que también recibe mucho de ellos, “me enseñan mucho. El hombre en que se basa mi relato me enseñó mucho sobre el amor cuando vi que su amor era tan grande que al morir se lo llevaba con él. Ni siquiera la muerte iba a parar ese amor”, explica Yolanda.
"Tenía que aprender esa lección"
Pero no fue esa la única historia que atesora esta cuidadora. “Aprendo muchísimo. Recuerdo otro caso en el que me llamaron del hospital para que llevase en mi coche a una paciente, una mujer joven, desde Benalmádena hasta Marbella. La acomodé en el coche nos pusimos en camino y de pronto empecé a sentirme incómoda conmigo misma porque no estaba en mi horario de trabajo, estaba haciendo otras cosas cuando me llamaron y no tenía por qué encargarme de eso. Pero la mujer estaba sola y en un estado muy avanzado de su enfermedad. Cuando por fin la llevé a su habitación del hospital y me despedí, me abrazó emocionada y me dijo: ‘Me he dado cuenta de que yo puedo hacer lo mismo que usted hace, puedo ayudar a otras personas’”.
“No se puede imaginar como se me llenó el corazón de alegría y felicidad. Aprendí de esa mujer, a la que tan poca vida le quedaba, que siempre se puede cambiar de mentalidad. Se dio cuenta de que todavía podía ayudar a alguien y aunque solo fuese durante siete u ocho días quería hacerlo. Vi que se pueden aprender muchas cosas en cualquier momento de la vida. Volví a casa en el coche llena de felicidad y dando gracias a Dios porque ya sabía por qué había tenido que ir a Marbella. Era porque tenía que aprender esa lección”, recuerda Yolanda emocionada.
Cuando llega el adiós
Llegados a este punto es normal preguntarse qué pasa por la cabeza de alguien que ha estado mucho tiempo con un enfermo y se ha relacionado tan íntimamente con él cuando llega el momento del adiós. También tiene Yolanda respuesta para esto. “Cuando uno convive de forma tan cotidiana con la muerte utiliza mucho la neurona refleja y aprende a relativizar. Estamos muy bien preparados cuando llega ese momento. Pero hay algo que es superior a mí, la muerte de una madre joven. Cuando eso sucede, en el momento estoy muy fría porque necesito ayudar, pero cuando llego a casa sufro mucho. Me han dicho en el hospital que tenga mucho cuidado con eso, pero no puedo olvidar mi propia experiencia y recordar cuando mi marido murió y yo, siendo muy joven, saqué adelante a mis cuatro hijos”.
En cualquier caso, la voluntad y el deseo de ayudar a los demás de Yolanda Hurtado es tan grande que antes de despedirnos no duda a la hora de decirme que “todos tenemos un corazón bueno y hay que dejarse llevar por él, dejarse arrastrar sin miedo por el camino de la bondad porque ese camino es maravilloso y siempre es más lo que uno recibe que lo que da”.
Pede leer ¡Amor del puro!, el relato galardonado en la quinta edición de los Premios Supercuidadores AQUÍ.