Desde hace más de un año y a raíz de las consecuencias de la pandemia en la salud mental de los españoles, el Gobierno y las comunidades han comenzado a tratar el suicidio como un problema de primera magnitud, creando incluso un número específico de 'la esperanza', el 024, y una Estrategia de Salud Mental a nivel nacional.
Y es que, en 2022, se quitaron la vida 4.097 personas, un 2,3% más que en 2021, año en el cual se superó la barrera de los 4.000 decesos anuales, según los datos provisionales publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Esta causa 'no natural' o externa de fallecimiento fue la segunda en importancia el año pasado, después de los ahogamientos, sumersiones y sofocamientos –4.102 en 2022–, duplicando en número a los accidentes de tráfico –1.790 el año pasado–.
Los mayores de 80, las principales víctimas
Eso sí, el suicidio no afecta a todos los grupos de edad por igual. En concreto, pese a que no acapare titulares, el colectivo con la tasa más alta defunciones es, de lejos, el de los mayores de 80 años con, en ciertos casos, como el de la franja de 85 a 89 años, casi 15 muertes por cada 100.000 al año, según estimaciones. Una incidencia muy superior a la de, por ejemplo, los más jóvenes –ver tabla–.
Edad
Suicidios en 2022
Población total residente el 1 de julio de 2022
Tasa de suicidio estimada en cada franja
10 a 14 años
12
2.528.658
0,47
15 a 19 años
72
2.530.063
2,85
20 a 24 años
128
2.455.913
5,21
25 a 29 años
135
2.544.482
5,30
30 a 34 años
194
2.774.689
6,99
35 a 39 años
229
3.812.145
6,01
40 a 44 años
340
4.596.813
7,40
45 a 49 años
433
4.029.301
10,75
50 a 54 años
462
3.989.332
11,58
55 a 59 años
462
3.754.823
12,30
60 a 64 años
374
3.533.541
10,58
65 a 69 años
265
3.124.551
8,48
70 a 74 años
265
2.594.208
10,22
75 a 79 años
207
2.254.081
9,18
80 a 84 años
213
1.884.224
11,30
85 a 89 años
190
1.270.369
14,96
90 años o más
118
1.000.378
11,80
Fuentes: INE y elaboración propia.
Varias psicólogas expertas consultadas por 65YMÁS aseguran que las razones que explican estas cifras desproporcionadamente elevadas respecto al resto de la población tienen que ver con condicionantes psicológicos,pero también con factores sociales como la visión que se tiene de la vejez, la soledad o el edadismo, así como la propia invisibilización del problema.
"Entre los factores de riesgo biológicos se puede destacar ser hombre (aunque las mujeres tienen más intención suicida), las enfermedades crónicas, la dependencia, el dolor crónico; entre los psicológicos, experimentar maltrato, los pensamientos de inutilidad, la desesperanza, el abuso de sustancias, la depresión, los cambios en el comportamiento, la ansiedad, la falta de propósito vital y de crecimiento personal, la mala calidad de vida...; y entre los sociales, la viudedad de menos de un año, la soledad no deseada, el aislamiento, la falta de apoyo social, el ingreso no voluntario en institución, la dificultad para adaptarse a los cambios como la jubilación, el edadismo, etc.", enumera la catedrática de la Universidad CEU San Pablo y gerontóloga, Gema Pérez.
Y a estos factores, habría que añadir, según Rebeca Alcocer, experta en prevención del suicidio y psicóloga en Psicólogos Princesa 81 (@psicoprincesa81), el lugar de residencia –"la tasa de mortalidad es más elevada en los núcleos rurales aislados", los intentos previos –"en el caso de los varones mayores, alcanzan el propósito de quitarse la vida nueve de cada 10"–, las hospitalizaciones recurrentes, los cambios en el lugar de residencia, ser cuidador principal de una persona con dependencia, estar en duelo y "la situación socioeconómica con bajos ingresos económicos". U otros como la "falta de acceso a una educación más completa durante la juventud", ya que pueden enfrentar mayores desafíos y limitaciones en su vida diaria o "la discapacidad", según comenta a 65YMÁS Esther Camacho, psicogerontóloga y miembro del grupo de Psicología del envejecimiento de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (@seggeriatria). Estos factores de riesgo "nunca implican causa directa de suicidio, pero sí es importante tenerlos en cuenta también a la hora de abordar la prevención", apostilla Rebeca Alcocer.
Un problema invisibilizado
"Falta esa sensibilización y concienciación que ya existe con otros grupos de población. La presencia de estereotipos negativos en el envejecimiento hace que los factores de riesgo se consideren como parte de la vejez y que, por tanto, no deben ser atendidos", denuncia la psicóloga Gema Pérez.
No obstante, afirma, "según datos de la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas que intentan suicidarse es mayor de 65 años y además utilizan métodos que pueden ser más letales, aunque también están los silenciosos, en los que la persona se deja ir, dejando de comer o de tomar la medicación". Y apostilla: "Que una persona se suicide, sean cuales sean sus características, es una cuestión alarmante, no cabe duda, pero en el caso de este colectivo, además, se trata de una situación que está más invisibilizada, si cabe, que la de adolescentes y jóvenes".
Coincide con Pérez, la experta en prevención de Psicólogos Princesa 81, Rebeca Alcocer. "Uno de los mitos más extendidos en torno a la conducta suicida en la vejez es pensar que el sentirse solo, triste o mal, es una condición normal del proceso de envejecimiento", critica.
"El edadismo también puede afectar a la atención médica y a los servicios de salud mental disponibles para las personas mayores. Existe una tendencia a subestimar o minimizar los problemas en esta población, lo que dificulta el acceso a los servicios adecuados de diagnóstico y tratamiento. Esto puede dejarles sin el apoyo y la ayuda necesarios para hacer frente a sus problemas emocionales, lo que aumenta el riesgo de suicidio", opina lapsicogerontóloga Esther Camacho.
Más formación y recursos
Por ello, según asegura la gerontóloga Gema Pérez, sería importante que se dé más "formación a los profesionales" y que se destinen los "medios y recursos adecuados para la detección de factores de riesgo" y para la creación "de programas de prevención".
Por su parte, Alcocer propone que se fomente un buen apoyo, prestando unos servicios sociales adecuados, promoviendo la autonomía y la participación y velando por buena adherencia al tratamiento médico o psicológico.
Comparte estas recomendaciones la especialista en Psicología Clínica y miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psicología Clinica ANPIR (@SEPC_ANPIR), Aina Sastre, que afirma que es fundamental actuar a nivel comunitario, creando redes de apoyo que eviten que los mayores pierdan el "sentido vital" y que estén "acompañados". Por esta razón, argumenta, el cambio no reside tanto en prepararles para "envejecer" sino en generar unas condiciones "mejores para ello".
"Es crucial también abordar el edadismo en nuestra sociedad y promover una visión más positiva y respetuosa del colectivo. Esto implica reconocer y valorar su contribución y experiencia, así como brindarles el apoyo social y emocional necesario para mantener una buena calidad de vida", afirma por su parte la psicogerontóloga, Esther Camacho.
Además, comenta, hay que tener en cuenta que este grupo de población posee asimismo ciertos factores de protección y no sólo de riesgo. "Las creencias religiosas contrarias, el miedo a dañar a la familia y amigos, las creencias de supervivencia, el afrontamiento positivo y la presencia de razones para vivir han demostrado proteger", asegura.
Las personas de 50 a 59 años, el segundo colectivo más afectado
Cabe señalar que después de los mayores de 80 años (más en concreto la franja de 85 a 89 años), el colectivo con más riesgo son los sénior de entre 50 y 59 años: acumulan el 23% del total de decesos por suicidio y tienen tasas estimadas en 2022 superiores a las franjas de edad compendidas entre los 60 y los 85 años.
Y si se revisa la serie histórica del INE de suicidios de personas de entre 50 y 59 años, con datos desde 1980 hasta 2021, se puede apreciar que las muertes registradas comienzan a despuntar en las dos primeras décadas de los años 2000, con crecidas en 2012/2013 y en 2020/2021.
"Aparte de los factores individuales, hay que tener en cuenta los colectivos. Actualmente, hay muchos cambios a nivel social como una disminución en la capacidad económica de las familias, el encarecimiento del nivel de vida y del precio de vivienda, así como un empeoramiento en las condiciones de los empleos que repercuten negativamente en el estado psicológico de las personas. En el momento que puedan verse en una situación social precaria, pueden experimentar desesperanza o sensación de atrapamiento, de que no hay otra salida", comenta la especialista en Psicología Clínica, Aina Sastre.
Ahora bien, no todo tendría que ver con las causas sociales, también juegan un papel importante las patologías mentales previas. "Habitualmente, la edad media de inicio de la mayoría de los trastornos mentales es anterior a esta franja de edad, pero sí que hay más riesgo de suicidio cuando el inicio es más tardío. Tradicionalmente, los datos señalaban que el 90% de las personas que fallece por suicidio presentaba un trastorno mental en el momento de la muerte, sin embargo, investigaciones recientes indican que el porcentaje es menor, alrededor de un 74%, por lo que podemos decir que el diagnóstico tiene un peso menor en esta franja de edad y hay que estar pendientes del resto factores de riesgo que pueden llevar al suicidio, que hemos mencionado antes, y diseñar estrategias de prevención que tengan en cuenta estos factores", argumenta.
Fuente: INE.
Además, matiza Sastre, hay que tener en cuenta que es más complicado que los sénior pidan ayuda a los servicios de salud mental, "sobre todo, por diferencias generacionales". "Entre las personas jóvenes se ha visibilizado mucho la importancia de hacerlo, sin embargo, este colectivo da menos valor a estos problemas y es menos probable que cuente a un profesional que presenta ideas de suicidio u otro problema de salud mental", señala.
Por su parte, Rebeca Alcocer asegura que en este grupo de edad "podemos hablar de ciertos factores de riesgo y de protección, que nos ayudarán a la hora de la prevención. Algunos de los de riesgo dentro de esa franja de edad serían la elección en la letalidad del método, la menor rescatabilidad, la mayor dificultad para la petición de ayuda y la posible aparición de eventos vitales estresantes, como podrían ser los despidos y desempleo, los divorcios, las pérdidas, la aparición de enfermedades crónicas o limitantes o el no tratamiento de otros problemas como los trastornos del estado de ánimo", enumera.
"Iniciativas de sensibilización y visibilización contribuirán a la hora de la prevención, desestigmatizando la realidad del suicidio y facilitando así en reconocimiento de señales de alarma y la petición de ayuda", apunta.
Sobre el autor:
Pablo Recio
Pablo Recio es periodista especializado en salud y dependencia, es graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y comenzó su carrera profesional en el diario El Mundo cubriendo información cultural y económica.
Además, fue cofundador de la radio online Irradiando y cuenta con un máster en Gobernanza y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid y otro en Periodismo por el CEU San Pablo/Unidad Editorial.