En 2050, los mayores de 80 años pasarán de 143 millones a 426 millones, lo que significa que se triplicarán, según previsiones actualizadas de la ONU (@ONU_es). Con ello lo harán las enfermedades ligadas a la edad como el alzhéimer, cuya incidencia comienza generalmente a partir de los 65 años y aumenta progresivamente. A más años, más riesgo de padecer esta patología neurodegenerativa terminal caracterizada por la pérdida de memoria inmediata y ciertas capacidades cognitivas, considerada como el tipo de demencia más común. Cada tres segundos se diagnostica un nuevo caso de esta demencia, según la Organización Mundial de la Salud, que estima que irá aumentando en las próximas décadas debido al envejecimiento de la población.
"En las sociedades avanzadas, el aumento en la esperanza de vida de la población tiene como consecuencia que muchas personas alcancen la denominada etapa de senectud. Igual que hay enfermedades propias de la infancia, hay otras que aparecen ligadas al envejecimiento y una de ellas es la demencia tipo Alzheimer. Aunque esto no quiere decir que todas las personas mayores vayan a desarrollar demencia, ni que sólo ellas puedan padecer alzhéimer, pues hay casos excepcionales en los que la demencia se inicia en etapas previas, entorno a los 40 años", explica María del Carmen Díaz, profesora de Psicología de la UNED (@UNED) y coordinadora del Curso de Prevención, Intervención y Toma de decisiones respecto al Alzhéimer de la universidad.
La edad, principal factor de riesgo
En ocasiones se suele etiquetar el alzhéimer como demencia “senil” porque afecta principalmente a personas mayores. Sin embargo, tal como explica Díaz, este es un adjetivo que "no aporta información sobre el tipo y la causa de la demencia y, por tanto, solo hace referencia a que la persona que la padece tiene más de 65 años". Lo que sí está comprobado es que la edad es el principal factor de riesgo, aunque no el único, del alzhéimer. Las estadísticas muestran que alrededor de un 20% los mayores de 80 años padecen la enfermedad, porcentaje que asciende al 30% en personas de más de 90 años. Es decir, que el riesgo se duplica cada cinco años a partir de los 65.
Fundación CIEN
Se estima que entre el 5% y el 20% de personas mayores de 65 años podrían padecer deterioro cognitivo leve, la fase previa a la demencia. Afortunadamente, no todas degenerarán en Alzhéimer ya que muchos pacientes se mantienen estables durante años, e incluso un porcentaje pequeño mejorará gracias a las actividades de prevención, alientan desde la Fundación CIEN (@Fund_CIEN) dedicada al estudio del alzhéimer. El seguimiento de estos individuos con deterioro cognitivo contribuye a diagnosticar la demencia en una fase leve y establecer la intervención necesaria lo antes posible.
La evaluación neuropsicológica de las capacidades cognitivas es vital cuando aparecen los primeros fallos, ya que es la vía para distinguir si se deben "al propio declinar del envejecimiento o constituyen alteraciones que podrían indicar que el individuo presenta un deterioro cognitivo leve (DCL) que en ocasiones es una etapa previa a la demencia", señalan los expertos. En opinión de María del Carmen Díaz, la investigación debe ir dirigida principalmente a intentar que la enfermedad no se desarrolle y evitar que evolucione a la fase de demencia. "Esto sería uno de los logros más importantes", asegura la especialista, que reconoce los avances en los últimos años en cuanto a detección precoz y tratamientos paliativos, pero que siguen sin encontrar una cura definitiva.
Pérdida de memoria y cambios de conducta, principales síntomas
La enfermedad de Alzheimer en la mayoría de casos se manifiesta con una pérdida de memoria autobiográfica, es decir, la que afecta a las actividades y recuerdos del día a día. Sin embargo, va mucho más allá de los olvidos banales como dejarse las llaves, no encontrar las gafas o no recordar los nombres propios. "Los olvidos en el alzhéimer son densos, se pierden recuerdos enteros y no mejoran aunque se le den pistas al paciente. Además, puede aparecer problemas con el sentido de la orientación, o para saber el día o mes, o para expresarse", explica el neurólogo Alberto Lleó. En cualquier caso, a partir de los 60 años, si una persona está preocupada por su memoria es recomendable consultarlo con su médico.
Siempre teniendo en cuenta que los síntomas dependerán de la persona, existen otros patrones de comportamiento comunes. "Es frecuente que los enfermos no reconozcan sus fallos, es lo que se llama “anosognosia”, y en aquellos otros que mantienen cierto conocimiento sobre su rendimiento puede aparecer sintomatología depresiva reactiva a la situación. En este último caso, la familia puede detectar que el enfermo se aísla, se aleja de las conversaciones, deja de realizar actividades en grupo, delega tareas que antes realizaba y reduce la comunicación", explica María del Carmen Díaz de la UNED.
Los cambios de humor o la apatía también son característicos, así como cambios sutiles en las conductas. Por ejemplo, cuando los familiares detectan que una persona que ha sido muy educada, empieza a no seguir formalidades o se salta las normas. Al ser una enfermedad progresiva, los expertos señalan que todas las funciones cognitivas se van deteriorando de forma paulatina y los trastornos más graves de comportamiento suceden en las etapas moderadas y avanzadas de la enfermedad.
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Tratamiento paliativo y prevención
Tras más de 20 años de investigación todavía no se ha hallado un fármaco capaz de curar la enfermedad, debido en parte a su gran complejidad y al desconocimiento de sus causas específicas. Pero sí se han desarrollado tratamientos farmacológicos y no farmacológicos dirigidos a controlar la sintomatología y estabilizar el progreso de la enfermedad, al menos durante un tiempo. Éstos pretenden mejorar el estado cognitivo y paliar las alteraciones conductuales y emocionales derivadas de la demencia.
Existen principalmente dos tipos de fármacos específicos, anticolinesterásicos indicados en fases leve y moderada de la enfermedad, y memantina para las fases moderada y severa, que pueden beneficiar a nivel cognitivo a un cierto porcentaje de pacientes. El médico es el que valora la necesidad de prescribir un fármaco, teniendo en cuenta los efectos adversos secundarios y la situación de cada individuo. En muchas ocasiones, la estimulación cognitiva y las terapias basadas en la modificación de conducta contribuyen a mejorar la funcionalidad del enfermo y su autonomía, así como a paliar otros problemas y síntomas neuropsiquiátricos de la enfermedad, como los trastornos del sueño o la inquietud, entre otros.
Está demostrado que la intervención en hábitos de vida saludable permite reducir el riesgo de progresión a demencia de ciertos deterioros que pueden actuar también como medidas preventivas. Entre ellos destacan hábitos de ejercicio físico, dieta sana, relación social, actividad mental, rutina de sueño y control periódico de los factores de riesgo. "Se trata de actuar sobre los factores de riesgo identificados que son modificables. Aparte de la edad, existen otros factores que inciden de manera negativa sobre la incidencia de la enfermedad como son la hipertensión arterial, elevados niveles de colesterol y diabetes, sedentarismo, inactividad cognitiva, retraimiento social y depresión", señalan los expertos.
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