Alfredo Corell se ha convertido en uno de los científicos más mediáticos de España a raíz de la crisis del coronavirus. Este inmunólogo, que ya era muy popular antes de la pandemia en la plataforma YouTube por sus explicaciones amenas y sencillas de procesos complejos relacionados con la inmunología, acude periódicamente a distintas televisiones para divulgar todo lo que sabe sobre la COVID-19.
Y es que, además de buen comunicador, este catedrático de la Universidad de Valladolid, lleva meses estudiando y estando al tanto de todas las novedades sobre el comportamiento del SARS-CoV2. Por ello, 65Ymás ha conversado con Corell sobre los recientes cambios en la estrategia de rastreo del virus, los plazos para conseguir una futura vacuna y por qué el coronavirus afecta especialmente a la población más mayor.
PREGUNTA - Algunas comunidades con más incidencia de la pandemia, como Madrid, han dejado de hacer test a asintomáticos no convivientes para priorizar estas pruebas para otros colectivos. ¿Es una estrategia correcta?
RESPUESTA - Hay distintas estrategias posibles. Una, es tratar la enfermedad cuando aparece, que es un poco lo que sucedió en la primera oleada. La otra, que probablemente tenga más sentido, es prevenir la aparición de síntomas con cribados de población, por ejemplo, en residencias o de las personas que han estado en contacto con quienes tienen síntomas.
Esta última estrategia es la que más ha fallado en España y la que más nos ha diferenciado de otros países. Nos hemos centrado en tratar a los que ya tenían la enfermedad –equipar hospitales con UCIs, comprar respiradores, etc– y hemos descuidado la parte preventiva.
P. - ¿Qué opina de los test masivos que se están haciendo en zonas sanitarias de las localidades con más casos?
R. - El cribado general llega tarde. Se debería haber hecho antes. Con este nivel de contagios, no será útil. Es mucho más interesante centrar fuerzas, tanto de recursos humanos como de test, en controlar los focos en lugares como residencias o colegios y trazar contactos, hacer análisis de aguas residuales, etc.
P. - ¿Cómo funcionan las nuevas pruebas de antígenos que han comprado muchas comunidades para hacer test masivos?
R. - Los test de diagnóstico se pueden dividir en dos grandes grupos. Unos, miran si tenemos COVID y, los otros, si hemos tenido reacción inmunitaria. Dentro de los que se centran en el virus, hay unos que se fijan en el material genético, los PCR, y los de antígenos, reaccionan con una proteína de la cubierta del virus.
Dicho esto, los segundos tienen menos sensibilidad. Las empresas que los comercializan dicen que los de antígenos la tienen próxima al 95%, y es cierto, pero sólo en unos días concretos (siete días antes y después de presentar los primeros síntomas), no como la PCR, que es sensible siempre, aunque tengamos poca cantidad de virus. Además, los de antígenos tienen menos utilidad en asintomáticos, por lo que tampoco sirven del todo para hacer cribados en toda la población.
Sin embargo, pueden usarse en residencias o hacérselos a los contactos directos de un caso, porque es más barato, son muy rápidos y más sencillos de hacer. El problema que tienen es que necesitan de más personal de enfermería. Por ejemplo, cuando hay un positivo en una residencia y queremos ver si su entorno está infectado, deberían ir cinco enfermeros y, en una mañana, se podrían hacer a todos.
P. - ¿Estamos abocados a un segundo confinamiento duro si se renuncia a la estrategia de rastreo?
R. - Si la infección está fuera de control, o se toman medidas drásticas o no hay manera de controlarla. Ha fallado el rastreo que es lo que ha funcionado en otros países. En estas oleadas deberíamos haber puesto mayores esfuerzos en un diagnóstico precoz.
P. - ¿Qué pasará cuando llegue la gripe y otros virus que provocan síntomas compatibles con el COVID-19? ¿Será posible diferenciar las diferentes infecciones?
R. - Los síntomas son muy similares e incluso a una persona experta le puede costar distinguirlos. Hay alguna indicación: en el coronavirus, es más frecuente la pérdida del olfato y del gusto. También parece que en la gripe, la fiebre es de los primeros síntomas y luego viene el dolor de garganta y, en la COVID, es al revés. Pero todo es muy sutil. Pediría a la gente que se ponga en manos de los expertos y, que si tienen síntomas, lo comuniquen. No hay que jugar a ser médicos.
P. - ¿Es posible tener gripe y COVID al mismo tiempo?
R. - Nadie está exento de tener dos infecciones a la vez. Por ello, la vacuna de la gripe es más importante que nunca. Aun así, hay muy buenas noticias que vienen del hemisferio sur: esta temporada de gripe ha sido la más leve en los últimos años en Nueva Zelanda y Australia. Y se cree que se debe a la generalización del uso de la mascarilla.
Luego, hay otra información que aún no es evidente del todo que dice que habría ciertas proteínas de la gripe que tienen un parecido a las del coronavirus. Así que si tenemos inmunidad, en cierto modo nos podría proteger de un modo secundario del COVID.
P. - ¿Qué se sabe sobre el COVID y los mayores? ¿Por qué les afecta más?
R. - De momento, lo que manejamos es que hay mayor incidencia de la enfermedad en las personas mayores de 65 años. Y aunque no sabemos por qué, sí que conocemos cosas sobre el envejecimiento del sistema inmunitario: estas personas tendrían menos defensas no sólo para esto, sino para todo tipo de patologías.
P. - ¿Por qué un porcentaje considerable de mayores infectados con coronavirus en las residencias fueron asintomáticos y otros desarrollaron síntomas a los 8 o 9 días?
R. - Todavía no se sabe por qué han sido asintomáticos muchos, pero parece bastante razonable pensar que se trata de personas que pasaron catarros en invierno. Hemos demostrado que existe la inmunidad cruzada entre distintos coronavirus. Así que esa podría ser una de las explicaciones. En cuanto a los síntomas, no sabría decir. Vamos cambiando cada poco la apreciación de este virus. No se trata de inexactitud, sino que se interpretan los datos conforme se van teniendo. Hoy en día, saber por qué unos presentan síntomas a los 3 días y otros a 8, no es posible.
P. - ¿Por qué los mayores se están contagiando menos?
R. - No tengo tan claro que esta segunda ola sea más leve. Pero se sabe mucho más: cómo tratarlo, cómo defenderse y también creo que las personas mayores se han protegido bien. Además, el sistema de salud está menos colapsado que en marzo y eso hace que se puedan atender los casos con mayor celeridad. Y la gente va a urgencias antes. Todo en conjunto hace parecer que la infección sea más leve, pero las personas que se contagian tienen todavía un porcentaje de complicaciones importante y algunos mueren. No es más leve, pero sí que lo manejamos mejor.
Bien es cierto que en algunas comunidades empiezan ya a saturarse los ingresos y las UCIs, por lo que deberíamos ponernos sobre aviso de que no se puede bajar la guardia.
P. - ¿Es más contagioso actualmente el virus?
R. - No creo. En marzo estuvimos todos confinados y en la nueva normalidad nos hemos relajado y el virus ha circulado también. No es que sea más contagioso ahora, es que antes estábamos encerrados.
En esta nueva situación, tenemos que aprender a convivir. Creo que es un virus con el que vamos a convivir muchos años y habrá que acostumbrarse. Aunque también habrá que controlar la virulencia de la infección y tener fármacos eficaces y una vacuna que nos permita que la población tenga un grado de inmunidad mayor. No va a pasar que, de pronto, hagamos un chasquido de dedos y se acabe esta distopía. Tendremos que aprender poco a poco a convivir con una situación que es incómoda.
P. - ¿Qué mascarilla es más recomendable para la población general si se quieren proteger del virus de cara a esta segunda ola?
R. - La propia regulación de las mascarillas ha ido cambiando, por motivos lógicos. Al principio, el mercado estaba desabastecido. De hecho, no había ni para los sanitarios. Creo que por ese motivo no se indicó como obligatorio su uso, porque nos hubiésemos matado por un producto que estaba agotado. En ese momento valía todo, desde una bufanda hasta una mascarilla de tela.
Ahora, convivimos con las higiénicas, que tienen que cumplir con una normativa para que tengan una filtración del 90%, una buena respiración y se pueden lavar hasta 10 veces. Esta mascarilla sería suficiente para ir por la calle o para sitios donde hay una amplitud suficiente, como un supermercado grande.
Pero para los espacios con densidad de población más alta, como mínimo se debe usar una quirúrgica, que da algo más de protección y vale para 4 horas. Luego, en un tercer nivel, pasaríamos a las FPP, con las que se respira peor por tener un mayor filtrado. Éstas se recomiendan para personas con alguna enfermedad de riesgo o para los más mayores. Sin embargo, no deben ir acompañadas de una actividad física no moderada, porque impiden una buena respirabilidad.
P. - ¿Con qué vacuna nos tenemos que quedar? ¿Cuál parece más prometedora para las personas mayores?
R. - El asunto con las vacunas es que no tenemos resultados definitivos. Además, en las fases 1 y 2 no tienen obligatoriedad de ensayarla en personas mayores. Con la de Oxford, por ejemplo, sólo se ha hecho hasta los 55 años. Y es algo muy importante, porque el sistema inmunitario de una persona de 50 no responde ante una infección igual que el de uno de 70.
Lo que sí que se sabe es que las estrategias empleadas son muy distintas. Con la de Oxford, se está empleando un adenovirus, que no se reproduce en nuestro cuerpo y al cual se le modifica e incluye genes de coronavirus. La de Moderna, utiliza fragmentos de la información genética del virus. Sería la primera vez que se usa una técnica así en humanos.
Cada diseño experimental va a tener distintos resultados. Me parece un poco aventurado decir cuál será mejor. Algunas precisarán de una sola inyección, otras, de dos o tres. También quizá sea necesaria alguna sustancia que potencie el efecto. Tenemos que dar un tiempo a la ciencia para que ensaye y publique los resultados.
P. - ¿Hay margen de maniobra todavía para controlar la pandemia?
R. - Tenemos que aprender que esto va a llegar para quedarse y que hay que vivir con ello. Creo que nos hemos centrado demasiado en pensar que la vacuna va a ser como un borrón y cuenta nueva, y eso no va a pasar mañana. Y probablemente, las primeras no sean las mejores, habrá que ir viendo.
Es un equilibrio muy complicado entre salud y economía. Poner por encima de todo la salud es lo que había que hacer, pero va a tener una grandes consecuencias. Habrá que ir también recuperando el tejido económico con la mayor precaución, pero pensando que esto no se va a ir mañana.
Además, tenemos que incorporar en nuestra vida la higiene. Como pasó con el SIDA: ya se sabía que había una colección importante de enfermedades de transmisión sexual, pero fue sólo a raíz de este virus que se hizo universal el preservativo. Ahora, va a pasar un poco igual con la mascarilla. Aunque quizá en España tenemos una cultura un poco en contra de su uso, pero creo que ha llegado el momento de hacer un cambio de chip. Por ejemplo, si uno tiene una enfermedad respiratoria, no debe toser en medio de un grupo o no se debe ir a trabajar con fiebre o malestar. Estos cambios van a costar, pero hay que aprenderlos.
Sobre el autor:
Pablo Recio
Pablo Recio es periodista especializado en salud y dependencia, es graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y comenzó su carrera profesional en el diario El Mundo cubriendo información cultural y económica.
Además, fue cofundador de la radio online Irradiando y cuenta con un máster en Gobernanza y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid y otro en Periodismo por el CEU San Pablo/Unidad Editorial.