El centro de día para mayores LGTB, Vida Alegre - Laetus Vitae, situado en pleno corazón de Ciudad de México, es visitado por 40 personas todas las semanas que participan en sus diferentes actividades: cine fórum, talleres, apoyo psicológico e incluso misas ecuménicas para todas las religiones.
Esta "Casa de Día", que fue inaugurada en 2018 y es la primera iniciativa gratuita de este tipo en América Latina, fue fundada por Samantha Flores, una mujer transexual de 87 años que ha dedicado gran parte de su vida al activismo y a trabajar por los derechos de la personas LGTB.
"Creo que de los 40, 25 son heterosexuales y 15 no. Decidimos que si hemos sido discriminados tantos años no lo íbamos a hacer nosotros. La casa está abierta a todo el mundo", explica Samantha, aunque matiza que, principalmente, el lugar está pensado para las personas del colectivo.
Aunque hoy el centro goza de buena salud y el proyecto es conocido y reconocido en todo el mundo, el camino no ha sido fácil. "El mundo del mayor heterosexual está abandonado pero el del mayor gay es invisible", sostiene.
La "casa de día"
La idea surgió cuando Samantha trabajaba para una asociación que ayudaba a niños con VIH en los 90: un compañero le propuso hacer un albergue para personas LGTB, similar al albergue que tenían para los jóvenes con sida. Sin embargo, sólo en 2017, más de 20 años después, cuando ella ya tenía 85 años, consiguió poner el proyecto en marcha.
"Pedí ayuda. Toqué todas las puertas del Gobierno. Nunca me dijeron que no pero tampoco que sí", apunta. De esta manera, tras fracasar en el intento de conseguir financiación pública, lo intentó por lo privado: "Juntamos 418.000 pesos. No nos daba para un albergue/residencia y decidimos hacer una casa de día", comenta la fundadora.
Al principio, tenían una pizarra en la que indicaban el nombre de la residencia y qué hacían, así como la bandera del colectivo colgada como reclamo, pero "no entraba nadie". Sin embargo, poco a poco se fue corriendo la voz hasta hoy, que son todo un referente en su país y un santuario para las personas LGTB mayores.
¿Qué buscan los mayores en el centro?
"Todos vienen muy lastimados. Lo primero que necesitan es ayuda psicológica", asegura Samantha. "En Vida Alegre hay un señor gay de 78 años que dice: 'Yo desconfiaba de todo el mundo. Fui golpeado y maltratado. Encontrar un lugar como éste es maravilloso, puedo confiar de nuevo en la gente. Estoy feliz de amar y ser amado", relata.
Muchas veces, los mayores acuden al lugar simplemente para conocer gente. Es el caso de un matrimonio que llegó a la casa de día y le comentó a Samantha que era la primera vez que hacían amistad con otras personas LGTB. "'No teníamos ningún amigo gay', dijeron", recuerda.
También hay quienes han utilizado el lugar como refugio. Según la octogenaria, una mujer que fue a hacer un reportaje sobre el lugar decidió quedarse como voluntaria ya que necesitaba salir de su hogar por graves problemas con su pareja. "Ella me decía: 'Si no hubiese conocido la casa no sé como hubiese pasado este trance'", recuerda.
En cuanto al perfil, la gran mayoría de los usuarios del centro son mayores de entre 65 y 80 años (ella es la única que superar esa edad). Además, hay 12 voluntarios jóvenes LGTB, muchos de ellos estudiantes de la Universidad Autónoma de México, que organizan las actividades, en un claro ejemplo de solidaridad intergeneracional.
Ser mayor y LGTB en México
"Actualmente, estamos protegidos por la Ley", sostiene Samantha. Pero no siempre fue así. En su juventud, el colectivo y en concreto las personas transexuales como ella, eran víctimas de los abusos policiales y de parte de la población.
Muchas mujeres trans se dedicaban a la prostitución. Ella fue una de las pocas afortunadas que no tuvo que desempeñar este oficio: "Tuve suerte de no sufrir bulling y de ser aceptado por mi familia. Siempre me quisieron y trataron como a un hijo querido". Así, en su juventud no tuvo demasiados problemas. Fue a Estados Unidos a estudiar hostelería y, a su vuelta, pudo trabajar en hoteles donde trataba sobre todo con personas extranjeras, con costumbres más liberales.
Según ella, las personas de clase más alta sufrían menos acoso. "Había bares a los que podía ir", apunta. "Pero de la clase media para abajo sufrían todos los escarnios y persecuciones posibles. Era una vida horrible", recuerda. Y añade: "Tuve la suerte de tener amigos que trabajaban en el teatro, la televisión y el cine. Eran más abiertos y, cuando decidí convertirme en Samantha Flores, no tuve ningún problema. Tuve mucha suerte de tener amigos que me ayudaron".
No obstante, hoy las cosas han cambiado, mantiene la fundadora del centro de día. "En Ciudad de México tenemos tres mujeres trans" en las instituciones, apunta. Aunque siguen sufriendo casos de discriminación y algunos de los apartados de las leyes que protegen al colectivo no se cumplen, Samantha es optimista. A su parecer, quedan lejos los tiempos en los que la población LGTB era detenida y encarcelada y debían pagar grandes cantidades de dinero a la policía corrupta para obtener su liberación.