Lidia Lozano
Sociedad
La Luna de Miel eterna de un matrimonio español que acabó en el Titanic
La historia de amor que no llegó a la gran pantalla
La madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 ocurrió una de las mayores tragedias del –en aquel momento corto– siglo XX: el hundimiento del Titanic. El transatlántico más grande construido hasta la fecha zarpó el 10 de abril desde Southampton con destino Nueva York. Tanto se habló de aquel viaje inaugural, que fueron muchos los que quisieron estar presentes. De hecho, entre los viajeros había algunas de las personas más ricas del mundo, cientos de inmigrantes en busca de una vida mejor y figuras destacables de las clases altas europeas.
El 10 de abril de 1912 embarcó en el Titanic una caja de caramelos tofe de la marca española Arrese, "fábrica de bombones y caramelos de lujo", que hoy está a más de 4.000 metros de profundidad. La caja iba en el equipaje de mano de Víctor Peñasco y María Josefa Pérez de Soto -Pepita-, un matrimonio de españoles adinerados que llevaba celebrando su Luna de Miel desde hacía dos años.
Arrese cruza el charco
En el momento en el que se enteraron del gran viaje, estaban en París, y rápidamente decidieron comprar los boletos para aquel barco que "ni Dios podría hundir". Contra los presagios de la familia de ambos de que algo malo ocurriría, acabaron montándose en aquel transatlántico que pondría punto y final a su Luna de Miel. Con ellos viajaría una doncella de Pepita, Fermina, pero no el mayordomo de Víctor, ya que él se quedaría en tierra mandando cartas diarias a Madrid para no preocupar a sus padres.
Antes de zarpar, encargaron a una amiga cercana, la señora de Martiartu, una caja de los maravillosos tofes bilbaínos, noticia que los dueños recibieron con agrado, pues sus caramelos únicos en España cruzarían el charco para recalar en 'Gotham' -como se conocía a la actual Gran Manzana neoyorquina-. Sin embargo, la caja nunca llegó a Nueva York, como tampoco lo hicieron los pasajeros del Titanic.
"Solo mujeres y niños"
En la fatídica madrugada, el barco chocó contra un iceberg y comenzó a hundirse. Cuando dieron la voz de alarma, los pasajeros salieron de sus camarotes en estampida. Aquellos que tuvieron suerte -y dinero- pudieron llegar a la superficie, como fue el caso de estos tres españoles. Fermina contó más adelante que ella solo tuvo tiempo de coger "una estampa de San José que tenía encima de la cama", se la metió debajo del salvavidas y se encomendó a él. Nunca se arrepintió de ser lo único que pudo salvar. Su señora quiso salvar algo de mayor valor, un collar de perlas que Víctor rescató del camarote antes de que fuera demasiado tarde.
Se mantuvieron los tres juntos a bordo, escuchando a la orquesta que no dejó de tocar melodías alegres para tratar de mantener un optimismo que todos sabían que era irreal, y tratando de buscar botes salvavidas en los que cupieran. Parecía que no estaba todo perdido, hasta que obligaron a los hombres a quedarse hasta el final bajo el grito de "solo mujeres y niños". Cuentan que María Josefa no quería separarse de Víctor. El hombre, aprovechando uno de los abrazos con los que pretendía unirse a él, casi la lanzó a los brazos de la condesa de Rothes y Gladys Cherry, a quienes pidió que cuidaran de ella. Antes de perderla de vista pudo articular sus últimas palabras dirigidas a su amada: "Pepita, que seas muy feliz".
Las dos supervivientes
Fermina se enfrentó a una huida más difícil: perdió de vista a Víctor y no se subió al bote con su señora. Además, no supo contestar a la pregunta en inglés y francés de si había más mujeres aún a bordo. Dice que la dejaron fuera, pero que gracias a sus gritos logró subirse a uno de los botes. Aunque más que subirse, lanzarse. La empujaron a un metro de altitud hacia el bote que le salvó la vida. "Fue el momento más terrible de mi vida. Cada vez que me acuerdo, me parece que acaba de ocurrir y acabo de salvarme de milagro", relató. En la cubierta se podía escuchar a los que todavía quedaban, rezando un rosario guiados por el sacerdote Thomas Byles.
En el incidente murieron unas 1.500 personas y sobrevivieron 700, entre las que estuvieron Fermina y María Josefa. Víctor se hundió, junto con la caja de tofe, y su cuerpo, como muchos otros, nunca se encontró. Pepita no olvidó las últimas palabras de su marido y, pasados los años, se volvió a casar, tuvo varios hijos y, según dicen, logró volver a ser feliz.