La crisis del coronavirus ha puesto de relieve las carencias del sistema residencial de mayores en España. Ya son más de 11.000 los fallecidos en estos centros y el número oficial de contagiados sigue en aumento a medida que se van haciendo test rápidos y PCR. Ahora, cabe preguntarse, ¿se pudo prever? ¿Qué ha fallado? ¿Hubiese sido menor el impacto con otro sistema residencial?
65Ymás ha querido que una experta en la materia responda a estas preguntas y por ello, se las ha formulado a la presidenta de la Fundación Pilares y exdirectora del IMSERSO, Pilar Rodríguez, que lleva años trabajando por un sistema de atención centrada en la persona en las residencias.
Pregunta - ¿Qué balance hace sobre cómo está afectando la crisis del coronavirus a las residencias?
Respuesta - Está dejando tras de sí un enorme sufrimiento, tanto de las personas mayores, como de sus familias y de las y los propios profesionales. Y por parte de estos últimos también mucha impotencia y rabia al comprobar que carecían de medios y recursos tanto humanos como técnicos para afrontar la epidemia y, sin embargo, han visto cómo se les exigía que actuaran como profesionales sanitarios en lugar de poner el foco de la desatención en el Sistema Nacional de Salud (SNS).
P.- ¿Se podría haber previsto su impacto?
R.- Difícilmente. Se trata de una pandemia que no tiene precedentes y carecíamos, por tanto, de una hoja de ruta para reaccionar a tiempo. Ahora mismo, son tantas las incógnitas que se plantean en todos los países que parece que la única certeza que existe sobre cómo afrontarla o cómo parar la extensión de la infecciones el aislamiento… Otra cosa es que la magnitud de las consecuencias hubiera sido mucho menor si las residencias hubieran estado mejor dotadas de recursos humanos y técnicos. Pero esas carencias no son recientes, sino que vienen de muy lejos. Ahora han aflorado, se han roto las costuras del endeble sistema de atención a las personas mayores que precisan cuidados de larga duración que viven en residencias, y también, no lo olvidemos, en la atención domiciliaria.
P.- ¿Cuáles cree que han podido ser los errores a la hora de actuar?
R.- Un error ha sido considerar y pedir a los centros que actuaran frente a la pandemia, sin tener en cuenta que la función de las residencias no es la de diagnosticar y curar (esos son fines del sistema sanitario); otro, haberse optado en algunas CCAA por excluir a las personas mayores de la asistencia sanitaria: no se las admitía en las urgencias ni en las UCI, debido a un sistema de triaje o a unas instrucciones que era claramente discriminatorio por razón de edad.
Y otro error es la falta de control por parte de la Administración de los servicios sociales con respecto a las residencias, públicas y privadas. Es su responsabilidad velar por la atención de calidad, el cumplimiento de ratios y evaluar periódicamente sus resultados. También han fallado en lo tocante a la adecuada financiación de los centros. No se puede exigir calidad si no se financian suficientemente.
P.- ¿Piensa que la Administración ha sido transparente a la hora de dar información?
R.- Creo que ha habido improvisación y falta de directrices claras, pero parece que eso ha ocurrido no sólo en España. Una de las deficiencias en el recuento de datos ha sido considerar como personas infectadas por el COVID-19 unicamente a quienes contaban con un diagnóstico claro cuando bien sabemos que la mayoría de ellas, así como de las que han fallecido, no han tenido acceso a ese diagnóstico. Y eso no ha sido culpa de las residencias.
Pilar Rodríguez (en el centro), con miembros de la Fundación Pilares.
P.- ¿Cree que después de esta crisis se va a repensar el modelo residencial actual?
R.- Me parece que resultará obligado hacerlo. Además de lo dicho, creo que todas las debilidades del sistema de atención y cuidados a las personas mayores y personas con discapacidad tiene una raíz última basada en los estereotipos discriminatorios que explican por qué parece que todo vale para las personas que necesitan cuidados, incluso vulnerar sus derechos humanos: se acepta como inevitable que vivan en grandes centros, que compartan una minúscula habitación con una persona desconocida, que el día a día se organice según los intereses de la propia organización y de directrices profesionales sin tener en cuenta las preferencias de las personas, que no se considere ni importe la ruptura de sus proyectos de vida…
P.- ¿Hay alternativas a las residencias que hubiesen sido más efectivas a la hora de frenar la entrada del virus en estos centros?
R.- Las residencias son y lo serán aún más en el futuro absolutamente necesarias. Pero tienen que evolucionar las existentes hacia equipamientos modelo hogar, modulándose en unidades de convivencia; y ha de optarse también por otras alternativas, como las viviendas comunitarias, los apartamentos con servicios, los alojamientos tipo cohousing, donde sea más fácil personalizar la atención y permanecer insertos en su comunidad.
La capacidad de la familia para hacer frente a los cuidados está hoy debilitada y lo estará con el paso del tiempo cada vez más. Por otra parte, la mayoría de las propias personas mayores no aspiran a que su familia les cuide, sino que anhelan que les quieran y les den apoyo emocional. Prefieren vivir en su domicilio o en un lugar parecido a su casa y recibir cuidados profesionales integrales de calidad, pero que ello no les impida continuar controlando su vida y sentir que esta continúa siendo valiosa y que sigue tiene sentido.
Sí, creo que con otro modelo de alojamiento y de atención se hubiesen minimizado los daños y no hubiéramos asistido a tanto sufrimiento y descontrol.
P.- ¿Qué se debería hacer en el futuro para impedir que se den estas situaciones?
R.- Frente a las epidemias sanitarias son los sistemas de salud los llamados a intervenir, no los servicios sociales. Esta crisis tiene que concluir comprendiendo todos, como sociedad, la necesidad de reparar el descuido y la discriminación del SNS y prestar desde el mismo las prestaciones sanitarias (médicas, de enfermería, de fisioterapia) que precisan las personas que viven en residencias.
Por su parte, desde los servicios sociales hay que mejorar las ratios de profesionales de las ciencias sociales y, sobre todo, de quienes se ocupan de la atención continuada de las personas de manera cotidiana (gerocultoras). Y hay que intensificar y mejorar también la formación de todos los equipos (sociales y sanitarios) para que se humanice la atención iluminando esta desde los principios de la ética, los derechos humanos y el conocimiento y práctica de técnicas de atención personalizada.
P.- ¿Cuál cree que puede ser el impacto de esta crisis en el sistema residencial (empresas, comunidades y las propias personas mayores…)?
R.- Veo un riesgo grave y es que la opinión pública y las propias personas mayores vean agudizada la mala imagen que existe de muchas residencias.
Por eso, y para ser justos, es muy importante mostrar la realidad de muchos de los centros y sus profesionales que se esfuerzan cada día en dar la mejor atención a las personas. Y que bastantes de ellos están poniendo recursos y reforzando su formación para trabajar en la transformación del modelo hacia el enfoque de ACP y conseguir que se mejoren las oportunidades para garantizar que la vida en las residencias, además de buena atención profesional, también ofrezca acompañamiento a las personas mayores para que puedan seguir tomando decisiones, desarrollar las actividades que les gustan y controlar su propia vida.
Y veo otro riesgo que considero sería un tremendo error, y es que se intente retornar al obsoleto modelo institución planteando que lo único que importa es la atención sanitaria cuando alguien tiene una situación de dependencia y precisa cuidados de larga duración. Nadie quiere (no queremos) que el hecho de necesitar cuidados nos conduzca a una vida en las que seamos vistos, de la mañana a la noche, como enfermos/as o dependientes, con las consecuencias perversas para las personas que han sido bien documentadas por la evidencia científica.
P.- ¿Cree que ha habido edadismo en el tratamiento de este colectivo?
R.- Sin duda. Lo peor de los estereotipos es que los comportamientos que generan y que son discriminatorios acaban naturalizándose tanto entre el conjunto de la sociedad como entre el propio grupo discriminado. Así ocurre también con el edadismo. Entre la población y las propias personas mayores son pocos los que reparan en la vulneración de derechos que ocurren cotidianamente, sobre todo, cuando se tiene una situación de vulnerabilidad o dependencia. Y así se considera normal decidir por ellas dónde vivir, cómo vestirse, qué actividades realizar; y también que se les impida moverse con libertad (sujeciones físicas y farmacológicas), mantener su intimidad o tener relaciones sexuales… Esto ocurre cada día en las residencias, pero también ocurre en el entorno familiar.
Y, por lo acontecido en esta crisis, ya me he referido al edadismo que ha supuesto por parte del sistema de salud que no se asuman como propias las necesidades sanitarias de las personas que viven en residencias y determinadas prácticas de triaje.
Espero que a la hora de determinarse por el Gobierno el desconfinamiento no se incurra, por exceso de proteccionismo, en una nueva manifestación de edadismo.