Tras estos dos años de pandemia, el maltrato a los mayores ha dejado de ser un tabú. La desatención que sufrieron muchas personas mayores a raíz del colapso sanitario y el aislamiento al que se les sometió posteriormente en las residencias demostraron que, en circunstancias de excepción, la vida y la libertad de una persona de 80 años –con o sin dependencia– pueden llegar a valer menos que las de un ciudadano de 30, pese a que oficialmente tengan los mismos derechos.
Eso sí, estos dos hechos puntuales, que generaron un gran revuelo mediático, son sólo la punta del iceberg. Y es que, aunque el maltrato ya no sea un tabú, eso no significa que se haya erradicado ni que toda la sociedad sea consciente de la dimensión real de un problema hasta ahora infravalorado.
Basta con echar un ojo a las estadísticas para comprobar que, solo en 2020, casi 5.000 personas de más de 65 años denunciaron maltrato en el ámbito familiar –físico y psicológico– y se estima que únicamente 1 de cada 9 casos reales se ponen en conocimiento de las autoridades. Además, también es significativo que cada vez sean más los padres que desheredan a sus hijos, por razones como la desatención.
El maltrato no siempre es físico
Ahora bien, este fenómeno no se puede circunscribir únicamente al ámbito judicial. Existen también los 'edadismos', que pueden ser considerados también como trato inadecuado, aunque no conlleven sanción legal y, por otra parte, el maltrato institucional.
Así, infantilizar al mayor, controlar indirectamente sus recursos financieros, no dotar de recursos leyes como la de Dependencia –falta de personal, de formación, de plazas...–, impedir participar a alguien de más de 70 años en una mesa electoral, tratarle como si fuese un cliente de segunda sin adaptarse a sus necesidades –brecha digital en la banca o la administración– o considerar que el sénior es un consumidor cautivo y que no hace falta fidelizarlo –como hacen algunos sectores como las ópticas u otros– son también formas de mal trato que pasan más desapercibidas, pero que generan un daño.
A pesar de todo, gracias al fin del tabú, estos 'edadismos' se denuncian cada vez más, como ocurrió en el caso de la campaña contra la exclusión financiera de Carlos San Juan, 'Soy mayor, no idiota'.
“Hay que aprovechar momentos como este, en los que hay mucha sensibilidad, para decir que los mayores no son sujetos pasivos de la sociedad. Hay que verles como una oportunidad: ayudan a sostener familias, a cuidar a los nietos, etc. Por ello, en este Día Mundial de Toma de Conciencia de Abuso y Maltrato en la Vejez se debe insistir en que la sociedad tome conciencia del valor del envejecimiento", pide el gerente de la Confederación Española de Organizaciones de Mayores (@CEOMA_ong), Javier Pérez, quien reconoce que se han hecho grandes avances en estos últimos meses. “Prueba de ello, ha sido 'Soy mayor, no idiota'. Parte de la sociedad y de las empresas se han dado cuenta de que no somos pasivos y que tenemos mucho que decir”, asegura.
¿Una sensibilidad coyuntural?
Sin embargo, no todos son tan optimistas. “Creo que lo único que ha cambiado es que las personas mayores ya no somos invisibles. Ahora estamos un poco más en el centro. Pero, respecto al maltrato, pienso que sigue estando invisibilizado. Hay que seguir luchando. Siempre se nos va la cabeza al género o a la violencia física, pero hay otros tipos como el psicológico, sexual y económico. Hay que informar a los mayores sobre qué es y cuándo pedir ayuda. Los que denuncian son pocos y eso se debe al miedo. Hay que ayudar y crear protocolos bien hechos", propone el presidente de la Federación de Asociaciones de Personas Mayores de Cataluña (@Fatec), Josep Carné.
“Es verdad que en lo peor de la pandemia se habló de cambiar el enfoque, pero, para la opinión general, creo que esto es como las noticias: pasan, y se olvidan", añade por su parte el director de la Confederación Estatal de Mayores Activos, Vicente Pérez. Y es que, en su opinión, el mayor problema al que se enfrentan es la normalización de esta realidad. “Eso es edadismo, porque los mayores no tienen ningún derecho en especial, sino los mismos que cuando tenían 40 años menos”, remarca.
Coincide con Pérez, la vicepresidenta de CAUMAS, Elisa Nuez, quien entiende que la crisis sanitaria habría servido para visibilizar unos casos, pero también para esconder otros.
"La pandemia hizo dar un paso atrás en la vida, en general, de las personas mayores. Y en lo que se refiere a este delicado tema, el maltrato quedó oculto por la prioridad de las noticias del Covid. Por parte de las familias desalmadas, se aprovechó para ocultar el abandono de sus padres, abuelos, etc. Fue una forma de mala justificación. Por lo tanto, y a diferencia de otros aspectos, en este tema se ha dado un paso atrás muy significativo. No obstante, hay grandes asociaciones trabajando para recuperar el tiempo perdido y conseguir que las instituciones apoyen sus reivindicaciones para volver a trabajar de una forma segura y consciente de ayudar en este problema, triste, pero real", sostiene.
"De la misma forma que es muy posible que haya más de los que salen a la luz, ya que se desarrollan en el ámbito doméstico o en residencias de mayores", comenta. "Creemos falsamente que el maltrato, independientemente del colectivo al que nos refiramos, son golpes, palizas, bofetadas. Pero, afortunadamente, cada vez se va dando más visibilidad al maltrato psicológico que quizá sea el que más sufren las personas mayores", apunta y pone ejemplos de frases recurrentes que se escuchan y dañan al colectivo como 'Eres ya muy viejo para hacer esto o aquello', 'La guerra que das', 'Eres peor que un crío', 'Deja que ya lo hago yo que tú tardas mucho' o 'No toques aquí, que de esto no entiendes'.
Es más, durante la propia pandemia, puntualiza el presidente de SECOT (@Secot_), Inocente Gómez, los mayores también se han sentido tratados de forma paternalista, bajo la excusa de que todo se hacía por su bien.
"La gestión de la pandemia ha creado una sensación de miedo en la sociedad. Se ha extendido mucho la idea de que los mayores son más vulnerables, y lo son, pero no hay que estar repitiéndolo constantemente, porque les afecta. Veo bastantes testimonios en redes sociales de personas que hablan de sus padres de 80 años y que se quejan de que ahora tienen pánico a tener una actividad normal y que no pueden convencerles de que vuelvan a tenerla. Ha habido un aumento repentino de vulnerabilidad sobrevenida”, asegura.
El caso de las residencias
E incluso en las propias residencias, después de todo lo vivido, el maltrato está lejos de ser erradicado, afirma el presidente de la plataforma de familiares Pladigmare (@pladigmare), Miguel Vázquez.
“Todo el mundo sabe que se ha vivido una auténtica hecatombe, pero no estoy seguro que se haya analizado que ésta podría haber sido menor. No hay más que ver los estudios que dicen que ha habido un exceso de mortalidad en determinadas CCAA y no en otras. Y después de la Covid, lo que está habiendo, es más opacidad. No se ha retomado la normalidad: hay muchos centros que siguen pidiendo cita previa, cuando no deberían”, denuncia.
A pesar de todo, reconoce Vázquez, es cierto que hay cosas que han cambiado. Por ejemplo, enumera, el Estado y las CCAA se plantean: retirar las sujeciones físicas o químicas –en un plazo mayor al deseado–, reducir el tamaño de las residencias –aunque no tanto como sería deseable–, hacer protocolos contra los abusos y acreditar la calidad de los centros, y todo ello, "tiene que ver con la toma de conciencia del maltrato".
Eso sí, aunque se ha roto el tabú y "se están dando pasos en la buena dirección, no son suficientes”, valora. Además, apostilla, los casos de maltrato por parte de trabajadores –como pasó en Los Nogales Hortaleza en 2019– van a seguir existiendo mientras no se les forme correctamente.
“Hay edadismo y una falta de respeto por el hecho de ser mayor. Muchas cosas que pasan en las residencias no tienen trascendencia jurídica, porque consideran que, como se tienen que morir, pues que da igual una cosa u otra. El cambio ocurrirá en la medida en que se considere que el envejecimiento es una conquista de la sociedad. Mientras, el maltrato va a seguir existiendo. Y más, si los niveles de atención sanitaria no son adecuados, si la atención primaria es la que tenemos, si los servicios sociales son como son y si el personal está mal formado y pagado y con una carga excesiva”, señala.
"Creo que la pandemia ha colocado la lupa en las personas mayores, sobre todo, en aquellas de mayor fragilidad y en quienes viven en organizaciones de cuidados, porque, de alguna forma, parte de la sociedad se había olvidado de que existían", argumenta por su parte la vicepresidenta de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (@seggeriatria), Lourdes Bermejo.
Con todo, aclara, respecto al maltrato, es necesario identificar qué es y qué no. "Es una definición ambigua. El tema está en dónde se pone el punto de corte. Evidentemente, la definición se refiere a la negligencia respecto a alguien que necesita cuidados para su supervivencia digna, y por supuesto, es golpear o cualquier tipo de acción que va en contra de la integridad física. Pero también se puede hablar de maltrato institucional cuando existen reglamentos o programas, derivados de una administración, de un equipo e incluso de una persona que van en contra de la dignidad y de los derechos de las personas", explica.
"Creo que no es un problema que se arregla con leyes, es más complejo. Implica formación de personal, tener trabajadores suficientes y hacer las cosas con la suavidad, el tacto y la seguridad percibida que necesitan las personas", indica. Y todo ello, añade, pasa por pagar más por plaza, acabar con las listas de espera, invertir en formación y fomentar más procesos de inspección.
Queda mucho por hacer
En ese mismo sentido se pronuncia la epidemióloga y miembro del Comité de Expertos de 65YMÁS,María Victoria Zunzunegui, quien cree que todavía queda mucho por cambiar.
“Creo que la sociedad no ha tomado conciencia sobre el maltrato a los mayores después de la pandemia. Pienso que estamos igual. La razón para esto es que creo que no ha habido una demanda social sobre la necesidad de protegerles sabiendo que tienen mayor riesgo de enfermar y morir, como hemos podido ver en todas las comunidades autónomas”, opina.
"El ejemplo más flagrante es que, a pesar de haber muerto casi 35.000 mayores en las residencias de España y de tener muchos indicios de que eran prevenibles, no hay una demanda social grande de unas comisiones de investigación sobre lo que ocurrió en la primera ola, e incluso ahora mismo”, se lamenta.
Pero las residencias son sólo el caso más flagrante y visible. “Otro ejemplo serían las compañías de electricidad, que se dirigen a los mayores con contratos de alta potencia que no les hacen falta. O tantas empresas que no se preocupan en investigar qué necesitan los mayores, si bien sí lo hacen con otros clientes. Y otro tema sería la digitalización de la banca que se ha hecho sin poner servicios para ayudar a las personas mientras hacen la transición”, enumera.
Por ello, sentencia, queda mucho por hacer. "La administración debería proteger a los consumidores mayores y también garantizar que los servicios de larga duración son de calidad, con una inspección constante y unos criterios muy claros”, reclama.
Y la sociedad también tiene un papel clave en esta transición, puntualiza. “Creo que es una cuestión de valores sociales. Es importante la educación de la ciudadanía y de los niños", concluye.
Sobre el autor:
Pablo Recio
Pablo Recio es periodista especializado en salud y dependencia, es graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid y comenzó su carrera profesional en el diario El Mundo cubriendo información cultural y económica.
Además, fue cofundador de la radio online Irradiando y cuenta con un máster en Gobernanza y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid y otro en Periodismo por el CEU San Pablo/Unidad Editorial.