Irene Alcaraz
Sociedad
Masafumi, el náufrago octogenario que nunca quiso volver a la ciudad
Su historia fue recogida por un malagueño que ofrece vacaciones de supervivencia en islas desiertas
La historia de Masafumi Nagasaki saltó a los medios en 2018, cuando un pescador local le encontró desfallecido en la orilla de una isla desierta al sur de Japón. Sin embargo, lejos de socorrerle, le hacían un flaco favor a un ermitaño que había abandonado voluntariamente la civilización para vivir en aquellas playas al ritmo de la naturaleza.
Aquello sorprendió a muchos menos a un emprendedor malagueño, Álvaro Cerezo, que ya le había conocido y entrevistado años atrás. El motivo es aún más espectacular.
Todas las fotografías han sido tomadas por DocastawayEl lugar más solitario del mundo
En los años 90, Masafumi tenía cincuenta años, trabajo, esposa e hijos, pero harto de la sociedad, abandonó todo y comenzó a buscar un lugar deshabitado al que retirarse. Bastaba que se encontrara con otra persona para moverse aún más lejos. Finalmente llegó en Sotobanari, una isla de un kilómetro de diámetro.
Allí pasó casi 30 años completamente solo, pero también feliz.
El mánager de los náufragos
La primera vez que el anciano nipón concede una entrevista a un desconocido es con 79 años y lo hace con un empresario español, Álvaro Cerezo. Este joven aventurero dirige una agencia de naufragios voluntarios (de hecho la empresa se llama Docastaway, que en inglés significa “haz el náufrago” y ofrece viajes de supervivencia) a la par que recoge relatos de náufragos 24/7 como Nagasaki.
Andaba por entonces buscando islas para sus clientes en Japón y ya había oído hablar de aquel singular hombre, así que trató por todos los medios de encontrarse con él. De este modo, en 2014, Álvaro visita la isla de Sotobanari y documenta su vida y su filosofía acompañado de un intermediario de una isla local.
Lo mejor y lo peor de la sociedad, según el ermitaño
¿Cómo piensa un hombre que ha tenido mucho tiempo para pensar? En la entrevista, Masafumi dice haber encontrado la libertad. Las serpientes y los mosquitos de la isla no son una amenaza mayor para el ser humano que otro ser humano: “los animales no atacan a otros sin un propósito, sólo los humanos hieren sin razón, movidos por su egoísmo”.
Su amor hacia el resto de seres vivos le ha llevado a una vida contemplativa en la que ha dejado de comer animales y se afana en las pequeñas tareas cotidianas. Si algo echa de menos de la sociedad son los mecheros, “el mejor invento de la civilización”. Por lo demás, todo lo encuentra en su isla, lejos del dinero y la religión, “las dos cosas que están destruyendo la civilización”.
Supervivencia conjunta
Además de entrevistarle, Álvaro Cerezo convivió a solas con Nagasaki durante cinco días, ya sin intermediarios, lo que le llevó a conocer de primera mano la rutina del nipón: se levantaba temprano, hacía ejercicios gimnásticos y luego limpiaba la playa, lo que le llevaba horas.
El malagueño se sorprendió al descubrir un hombre de horarios rígidos, un poco medroso y con un carácter oscilante, lo que le otorgaba una personalidad “impredecible pero adorable”, según cuenta el español en el blog de Docastaway.
De la soledad al aislamiento
Álvaro Cerezo no llegó a publicar aquella historia hasta cuatro años más tarde, cuando las autoridades japonesas lo forzaron a regresar a la civilización. Aquel hombre, que había abandonado la sociedad a principios de los 90, se encontraba en 2018 con un mundo totalmente diferente: móviles, ordenadores, pantallas planas, Internet y redes sociales desconcertaban todavía más al ermitaño que cuando se marchó.
No es por esto casualidad que Nagasaki terminara encerrándose en la habitación que el gobierno le había dejado junto a una pensión mínima para sobrevivir en la ciudad. Allí pasaba el día desnudo y solo salía para recoger desperdicios, ya que no soporta la contaminación.
Cuando además llegó la pandemia por el Covid-19, se vio aún más alejado del único lugar en el que quería estar. Sin nada que perder, se acercó a una cabina y se puso en contacto con Tamiki Kato, el Director de Operaciones de la empresa de Álvaro Cerezo para pedirle que le ayudara a regresar a la isla.
El español comenzó a mover engranajes y finalmente convencieron a las autoridades para que Nagasaki volviese por un tiempo, aunque su intención oculta era llegar y quedarse allí para siempre.
Un final agridulce
Álvaro, Tamiki y Nagasaki partieron hacia Sotobanari. A su llegada, Nagasaki recobró instantáneamente la felicidad. Ya sin ropa, daba saltos de alegría y juntaba las manos en señal de agradecimiento. En el mismo sitio de hace cuatro años estaba su tienda de campaña, sus utensilios e incluso fotografías de cuando era joven.
Aunque el plan original era pasar allí una noche y dejar a Nagasaki viviendo en la isla, al día siguiente las cosas comenzaron a torcerse.
El anquilosamiento de la pandemia hizo estragos en la salud de Nagasaki, que ahora, con 87 años, no tenía la misma soltura que antes. El problema se hizo evidente cuando a la mañana siguiente, para preparar un arroz con huevos, Nagasaki tardó casi cuatro horas. En aquel estado era evidente que no iba a sobrevivir mucho tiempo.
Aunque Nagasaki decía frecuentemente que quería morir en aquella isla, se dio cuenta de que era mejor regresar a la ciudad. Pidió a Álvaro y a Tamiki que se quedaran unos días más con él para despedirse definitivamente de la isla. Así lo hicieron y, aunque Nagasaki regresara a la ciudad, parecía en paz por haber satisfecho su último propósito: volver a ver su isla desierta.