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Los olores que nos gustan o nos disgustan están determinados principalmente por la estructura de la molécula de olor concreta. Un estudio en el que han participado investigadores del Instituto Karolinska (Suecia) y de la Universidad de Oxford (Reino Unido), y publicado en la revista 'Current Biology', demuestra que las personas comparten sus preferencias olfativas independientemente de su origen cultural.
"Queríamos examinar si las personas de todo el mundo tienen la misma percepción olfativa y les gustan los mismos tipos de olor, o si esto es algo culturalmente aprendido –explica Artin Arshamian (@ArtinArshamian), investigador del Departamento de Neurociencia Clínica del Instituto Karolinska–. Tradicionalmente se ha visto como algo cultural, pero podemos demostrar que la cultura tiene muy poco que ver con ello".
El estudio demuestra que la estructura de la molécula de olor determina si un olor se considera agradable o no. Los investigadores descubrieron que ciertos olores gustaban más que otros, independientemente de la filiación cultural de los participantes.
"Las culturas de todo el mundo clasifican los distintos olores de forma similar, independientemente de su procedencia, pero las preferencias por los olores tienen un componente personal, aunque no cultural", afirma el doctor Arshamian.
El estudio fue posible gracias a una red internacional de investigadores que colaboraron en una combinación única de métodos experimentales y estudios de campo.
La red estaba formada por investigadores del Instituto Karolinska Institutet, la Universidad de Lund y la Universidad de Estocolmo (Suecia), la Universidad de Oxford y el University College London (Reino Unido), la Universidad Estatal de Arizona, el Centro de Sentidos Químicos Monell y la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos), la Universidad San Francisco de Quito (Ecuador), la Universidad de Melbourne (Australia) y la Universidad Nacional Autónoma de México.
Muchos de los investigadores son trabajadores de campo que trabajan con poblaciones indígenas. Para el presente estudio, los investigadores seleccionaron nueve comunidades que representan diferentes estilos de vida: cuatro grupos de cazadores-recolectores y cinco grupos con diferentes formas de agricultura y pesca. Algunos de estos grupos tienen muy poco contacto con productos alimenticios o artículos domésticos occidentales.
"Como estos grupos viven en entornos odoríferos tan dispares, como la selva, la costa, la montaña y la ciudad, captamos muchos tipos diferentes de 'experiencias de olor'", destaca Arshamian.
En el estudio participaron un total de 235 individuos de 10 culturas diferentes, a los que se pidió que clasificaran los olores en una escala de agradable a desagradable. Los resultados muestran variaciones entre individuos dentro de cada grupo, pero una correspondencia global sobre qué olores son agradables y desagradables. Los investigadores muestran que la variación se explica en gran medida por la estructura molecular (41%) y por la preferencia personal (54%).
"La preferencia personal puede deberse al aprendizaje, pero también podría ser resultado de nuestra composición genética", explica Arshamian.
Entre los olores que se pidió a los participantes que clasificaran estaba el de la vainilla, que era el que mejor olía, seguido del butirato de etilo, que huele a melocotón. El olor que la mayoría de los participantes consideró menos agradable fue el del ácido isovalérico, que se encuentra en muchos alimentos, como el queso, la leche de soja y el zumo de manzana, pero también en el sudor de los pies.
Según el doctor Arshamian, una posible razón por la que las personas consideran algunos olores más agradables que otros, independientemente de la cultura, es que dichos olores aumentaron las posibilidades de supervivencia durante la evolución humana.
"Ahora sabemos que existe una percepción universal de los olores que se rige por la estructura molecular y que explica por qué nos gusta o no un determinado olor –prosigue–. El siguiente paso es estudiar por qué esto es así vinculando este conocimiento a lo que ocurre en el cerebro cuando olemos un olor concreto".