Las políticas restrictivas, el clima de inseguridad, el aislamiento, el miedo constante a la infección por Covid y la sobreprotección han generado una serie de secuelas de tipo psicológico en muchos mayores que, a medida que pasan los meses, van haciéndose más patentes.
Es la otra cara de pandemia. El lado oculto, al que las autoridades sanitarias todavía se resisten a mirar, pero que amenaza con ser –junto al incremento de patologías no diagnosticadas por culpa de la crisis sanitaria– el próximo gran problema para la salud pública española.
Y por ahora, poco se ha hecho al respecto, al margen de un Plan contra la fatiga pandémica promovido por el Ministerio de Sanidad o de diversos programas autonómicos de apoyo psicológico a enfermos de Covid, a sus familiares y a los sanitarios.
Un problema que debe abordarse cuanto antes
Sin embargo, según denuncian todos los psicólogos con los que ha conversado 65Ymás, estas medidas parecen todavía insuficientes. "No sirve de nada primar la salud física si no cuidamos la emocional y cognitiva", explica a este diario el psicogerontólogo y vocal de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (@seggeriatria), Raúl Vaca, que asegura que ya se están observando, en los primeros estudios publicados, síntomas de trastornos psicológicos provocados por la pandemia en todas las franjas de edad.
“Han aumentado –en población general–, a nivel de pensamientos negativos e intrusivos: los sentimientos de ansiedad, miedo, preocupación, desesperanza y los pensamientos pesimistas y depresivos", señala.
"Por otra parte, a nivel de los mayores, se han incrementado también los sentimientos de culpa. Por ejemplo, se vivió en las residencias, con personas que pensaban: 'Por qué he sobrevivido yo y mi compañero no'. E igualmente, se ven cambios en el comportamiento, en el humor y en los hábitos, pero en negativo. Por ejemplo, muchas personas mayores que viven en sus casas perdieron la capacidad de irse a dar un paseo. Y, luego, la gente comió peor, ha tenido más consumo de sustancias como alcohol y tabaco y en muchos mayores, que tienen algún tipo de deterioro cognitivo, se les ha podido intensificar”, añade.
Tampoco ayudan, prosigue, los mensajes recurrentes en medios de comunicación que asocian constantemente la edad con las muertes, la posibilidad de infección y los malos pronósticos en la enfermedad. “Hay que acordarse cuáles eran los mensajes en la tele, todo era malísimo”, critica.
Pero sobre todo, lo más dañino, comenta, fue la "sobreprotección" de la sociedad hacia los mayores. Y es algo que se ha visto claramente en residencias, donde se ha privado a los usuarios del derecho a salir o entrar de sus centros e, incluso, de sus habitaciones.
"Hacer una reflexión como sociedad"
Por ello, Vaca piensa que se debe hacer una reflexión de cara a futuras situaciones similares que se puedan dar en un futuro. "Vamos a tener que redactar planes mucho más flexibles para que podamos asumir cierto riesgo. Y no estoy diciendo que no haya que protegerlos, sino hacer una reflexión como sociedad. Si no, vamos a tener a personas vivas pero tristes y aisladas", pronostica y propone: "Hay que encontrar ese equilibrio entre la seguridad y unos mínimos indicadores de bienestar subjetivo”.
Coincide con Raúl Vaca la psicóloga Gema Pérez, profesora titular de la Universidad CEU San Pablo y miembro del grupo de investigación 'Envejecimiento'. "Todavía seguimos en emergencia sanitaria, por lo que todos los recursos siguen puestos especialmente en salvar vidas, pero es necesario empezar a desarrollar y abordar todo lo que tiene que ver con los aspectos más psicológicos, ya que lo que estamos viendo es sólo la punta del iceberg. Cuando la crisis sanitaria acabe, empezaremos a ver realmente la crisis económica y social y es fundamental que estemos preparados para ello y que no nos pille de improviso como ocurrió con la primera ola", señala.
La vacunación no tiene por qué, automáticamente, paliar el sufrimiento
Y, por otra parte, Pérez avisa que la vacunación no resolverá mágicamente todos los problemas. "Ha sido considerada como la solución a esta pandemia y a todas las dificultades asociadas, por lo que, con ella, habrá personas mayores en las que disminuya ese malestar psicológico y que puedan empezar a establecer poco a poco el contacto social de nuevo", apunta.
Pero también matiza: "Es evidente que esto genera emociones positivas pero, al mismo tiempo, debido a que el virus todavía es desconocido y que no está tan claro si esa vacunación nos protegerá al 100%, puede que esas consecuencias se mantengan. Además, las secuelas que estamos viendo son sólo a corto plazo. No sabemos qué impacto va a tener esta situación a medio o largo, y de ahí la importancia de hacer un seguimiento continuado para poder detectar, de forma temprana, cualquier indicador".
Capacidad de resiliencia
Con todo, los psicólogos recuerdan que, a pesar de que el impacto psicológico del aislamiento está siendo muy importante, muchos mayores han demostrado mayor capacidad de resiliencia que los jóvenes, seguramente, por haberse enfrentado a un mayor número de situaciones complicadas en sus vidas.
"Con carácter general, no podemos afirmar que las personas mayores sean un grupo de especial riesgo en relación a un impacto psicológico por la situación de confinamiento y las restricciones a las que ha obligado la Covid-19", opina la gerontóloga y psicóloga especializada en Atención Centrada en la Persona, Teresa Martínez.
Es más, añade, existen estudios que destacan todo lo contrario y, según estos, "los mayores mantuvieron un adecuado control y autorregulación emocional, expresaron sentimiento de eficacia en relación a la gestión de esta situación y refirieron estabilidad en sus relaciones sociales y satisfacción con el contacto social y familiar mantenido". "Estos datos desmitifican la idea de que las personas mayores, como grupo, a priori, por el hecho de tener una edad determinada, son especialmente vulnerables desde el punto de vista psicológico y por ello deben ser objeto de una especial protección", comenta.
Una tesis, que comparte la investigadora de la Fundación Matia, Pura Díaz-Veiga, que sostiene que el impacto psicológico "en las personas mayores depende mucho de su situación inicial". "No es lo mismo una persona mayor de 70 años con un estilo de vida determinado, que alguien que está en una residencia. Hay que hablar de la enorme diversidad", afirma.
"La Covid puede tener efectos negativos, pero también ha puesto de manifiesto que hay capacidades relacionadas con la edad, como la de resistencia. Tienen un bagaje que les ha permitido afrontar esta situación de determinada manera. Y es algo que tenemos también que identificar", añade.
Los mayores no lo aguantan todo
Sin embargo, matiza, no todos los mayores –como pasa para el resto de edades– tienen esta capacidad de resistencia. "Cuanto más grande es la situación de fragilidad de las personas, más evidente son estas secuelas psicológicas", señala.
Y tampoco parece algo deseable que desde las instituciones se confíe todo a la capacidad de aguante de este colectivo. Es decir, no por haber vivido la "Guerra Civil" o la "posguerra" tienen porque vivir determinadas situaciones, sólo porque ya han pasado "por cosas peores".
Al menos así lo entiende Pilar –una trabajadora social cuya madre vive en una residencia de Castilla-La Mancha–, que ha vivido muy de cerca las secuelas psicológicas de la pandemia en los usuarios de centros geriátricos que, al no socializar ni realizar casi ninguna actividad terapéutica, se han ido deteriorando.
En concreto, su madre estuvo confinada durante meses sin visitas y pasó la mayor parte del tiempo "atada a la cama", lo que hizo que acabase en silla de ruedas.
"Se quedó paralítica. Antes, hablaba algo, pero ya no. He notado una regresión en su enfermedad (demencia) por no tener estímulos ni visitas. Ha tenido un retroceso desde el punto de vista físico y psíquico", reconoce.
Y esto no sólo les está ocurriendo a las personas con demencia, también les sucede a personas mayores que antes de esta crisis sanitaria tenían plenas facultades mentales. "Han perdido peso. Mi padre antes salía y se hacía un par de kilómetros y, ahora, ya no puede hacerlo. Le ha afectado mucho en la movilidad y ha perdido audición. Pero, sobre todo, se han encerrado en sí mismos. Sienten que su ciclo vital ha terminado y lo verbalizan con naturalidad. Dice: 'Aquí ya no hacemos nada'. Se le ve muy triste, sin objetivos. Y era una persona que hablaba por los codos, pero se le ve desganado. No tienen ningún objetivo de futuro y están muy aislados. En la residencia no hace nada y sólo se alegra cuando vienen visitas", cuenta a este diario Luz, una familiar de una residencia de la Comunidad de Madrid.
Recomendaciones psicológicas para la era posCovid
Así, para paliar esta situación, se hace urgente que se movilicen todo tipo de recursos para que estos problemas no se cronifiquen. Por ello, una vez vacunados los mayores, es importante la reactivación de los programas de voluntariado para luchar contra la soledad no deseada o la vuelta al 100% de las actividades en los centros de mayores y de día.
“Esta situación está agravando el problema de la soledad no deseada. Y eso lleva a una tendencia que puede derivar las depresiones. Por ello, el voluntariado activo telemático debe tomar un protagonismo importante”, recomienda el geriatra y presidente de CEOMA (@CEOMA_ong), Juan Manuel Martínez.
Y mientras tanto, la psicóloga especializada en Atención Centrada en la Persona, Teresa Martínez hace una serie de recomendaciones generales para la vuelta a la vida normal de una forma saludable desde el punto de vista psicológico (para personas de todas las edades):
-
Darse tiempo y procurar extraer significado positivo a lo vivido. Todo suceso, por adverso que sea, puede servir de aprendizaje para uno mismo y también para los demás. Comentar nuestras vivencias con otras personas puede ser una experiencia muy enriquecedora.
-
Retomar la vuelta a la normalidad tomando una especial consciencia de lo que realmente nos genera bienestar. Quizás ahora sea un buen momento para identificar esto, para depurar lo que es importante y no lo es, dar importancia a las pequeñas cosas nuevas que hayamos descubierto, y liberarnos de aquellas que no nos aportan nada y sobre todo las que nos producen malestar. Es decir, tomar la situación presente como una oportunidad de centrarnos y dar valor a lo que realmente nos importa y nos produce bienestar.
-
Dar importancia y valorar el bienestar en el momento presente. Realizar técnicas de meditación como el mindfulness puede ser de gran ayuda.
-
Dar importancia al contacto social, descubriendo también nuevas formas de relacionarse (presenciales y on line). Ser empático y preocuparse por los demás. Esto ayuda a salir de uno mismo y a sentirse parte de una comunidad, transcender a uno mismo, y esto genera bienestar y da sentido a la vida propia.
-
En el caso de haber tenido pérdidas importantes (seres queridos, salud…), y sobre todo si no nos hemos podido despedir de la persona (esto es de las cosas más duras que han sucedido en esta pandemia) es conveniente expresar sentimientos, realizar despedidas posteriores (homenajes, ritos), compartir con personas cercanas las vivencias, ayudar a otros a expresar emociones y buscar apoyo profesional si el duelo se complica.
- En entornos residenciales, es necesario que, una vez vacunados, se abran y se reorganicen con los aprendizajes obtenidos (habitaciones individuales, unidades de convivencia con actividad significativa, no rotación del personal, visitas y salidas seguras …). Es necesario un cambio profundo, abandonando definitivamente el modelo residencial institucional, algo, que ya se sabía hace tiempo. Y no sólo para la prevención y control de contagios, sino para facilitar una vida que permita calidad. Finalmente, la especialización en la atención a las personas con demencia también surge como una necesidad recurrente.