Durante la Semana Santa de 1940, Francisco Franco estuvo en Sevilla desde el 20 al 23 de marzo para asistir a diferentes actos, oficios y procesiones.
Aquel año en el que se pudo ver a Estrellita Castro cantando saetas en los balcones de la capital andaluza, Franco presidió el Viernes Santo la procesión del Santo Entierro. Oficialmente, todo transcurrió con la triunfal normalidad con la que estaba previsto que se desarrollasen los acontecimientos. Pero en realidad, no todo funcionó como se esperaba.
Complot para acabar con el dictador
El periodista y escritor Nicolás Salas, fallecido hace tan solo tres años a la edad de 85 años –que dirigió el ABC de Sevilla–, publicó en 2010 un libro con el título Sevilla de la posguerra en el que desveló la existencia de un complot para acabar con la vida del dictador aquella Semana Santa, durante su presidencia en la Cofradía del Santo Entierro.
Sostiene Salas que el plan para llevar a cabo el magnicidio partió de la poderosa Cuarta Internacional de partidos comunistas fundada en 1938 sobre los postulados de León Trotsky, que posteriormente sería asesinado en Ciudad de México el 21 de agosto de 1940.
Se explica en Sevilla de las posguerra como tras filtrarse la existencia del plan, los que iban a asesinar al general fueron muertos a tiros –al igual que un cabo de la Guardia Civil llamado Enrique Galván que tomó parte en la operación–, durante un intercambio de disparos que tuvo lugar en un cabaret de la calle Leonor Dávalos llamado El Zapico en una de las zonas, la de la Alameda, en las que en aquellos años se ejercía la prostitución.
Tan solo hubo un superviviente de aquel comando, un anarquista llamado Manuel Romero López que confesó el complot tras su detención. Una confesión, que se mantuvo en secreto y nunca llegó a ser publicada. Pero lo que sí se publicó al año siguiente en la prensa fue una nota en la que se decía: "Sentencia cumplida: Se ha cumplido la sentencia de muerte dictada por Consejo de Guerra contra el anarquista Manuel Romero López, uno de los asesinos del cabo de la Guardia Civil don Enrique Galván Maestro".
En su confesión, Romero desveló cómo habían sido reclutados los magnicidas por un agente italoargentino del Komintern en España llamado Victorio Codovila. “El atentado estaba previsto para el Viernes Santo, cuando Franco presidiera el desfile del Santo Entierro. Los exbrigadistas habían decidido actuar en la salida de la calle Sierpes a la plaza de Falange Española, situándose dos a cada lado, en las calles Granada y Manuel Cortina, con bombas de mano y pistolas ametralladoras. Manuel Romero López les había asegurado escondites individuales, ropas para cambiarse y vehículos para la fuga inicial. Después contarían con la cobertura del Komintern para salir de España por distintos lugares”, asegura en su libro Nicolás Salas.
Por su parte Franco, informado del complot ordenó que la Guardia Civil se encargara de la vigilancia apostando hombres armados con ametralladoras bajo el palco del Ayuntamiento desde el mismo Miércoles Santo, el primero de los días que el jefe del estado ocupó la presidencia.
La 'baraka' de Franco
También refiere estos hechos uno de nuestros más notables y populares escritores, Juan Eslava Galán, que en su libro Los años del miedo cuenta que el plan de los antiguos brigadistas internacionales era lanzar varias granadas de mano sobre Franco y posteriormente ametrallarlo cuando la procesión llegase a la altura del cruce de la calle Sierpes con la plaza de la Falange Española, hoy de San Francisco.
Eslava Galán novela los acontecimientos comenzando por la aparición de los conjurados en el prostíbulo de la Alameda, lo que en su opinión delata la poca discreción del grupo que, a pesar de hacerse pasar por legionarios, hablaban entre ellos en italiano, lo que despertó las sospechas de una prostituta de esa nacionalidad que se encontraba en el local.
En el relato de Eslava, la italiana cuenta a un amigo falangista lo sucedido y este a su vez lo pone en conocimiento de la Guardia Civil que mediante sus infiltrados en los grupos anarquistas descubre la llegada a Sevilla, procedente de Barcelona, de Manuel Romero López con el dinero que debía financiar la operación.
Paralelamente, la policía habría recibido el soplo de que antiguos brigadistas internacionales italianos conspiraban en París contra el dictador. Relacionando ambas informaciones, y a pesar de que Romero tomó la precaución de dormir cada noche en un lugar distinto, las fuerzas del orden terminaron por descubrir el plan y la Guardia Civil llegó hasta el bar El Zapico, lo rodeó y abatió a los supuestos legionarios.
De nuevo, la famosa baraka (en árabe suerte, bendición o gracia divina) de Franco le había salvado la vida, esta vez, en plena Semana Santa.