Un accidente, una pérdida o una enfermedad supone en ocasiones un golpe difícil de superar, especialmente si no cuentas con el apoyo adecuado. Las cosas pueden cambiar en gran medida cuando es así, tal y como ha demostrado una fisioterapeuta, que ha contado cómo ayudó a su abuela a superar una enfermedad.
"Mi yaya es la mujer más fuerte que conozco, ya no solo por la vida que ha tenido, sino porque os podría decir que con 82 años se rompió la muñeca y las dos piernas y la tía seguía caminando. Mi yaya tiene el umbral de dolor en las nubes, podía decir que el umbral de dolor la tiene a ella. Le pueden estar arrancando un brazo, que ella te diga que es una pequeña molestia", comienza explicando esta joven en un vídeo en el que ha recopilado todo el proceso de recuperación.
Sin embargo, todo cambió cuando le diagnosticaron una infección grave en los riñones, que acabó afectándole a la sangre. "Pasó de ser una persona activa e independiente a completamente dependiente porque no se podía mover ella sola. Hacíamos malabares para turnarnos para que siempre estuviese acompañada. Era complicado. Al final desistió y se vino abajo de verse así. Solo decía lo mucho que le dolía, no podía estar tumbada, ni sentada, ni de pie. Le dolía quieta y al moverse", recuerda su nieta, que explica que "tomaba mucha medicación para el dolor, aparte de la pautada que ella tiene de normal, que no es poca. Eso la dejaba K.O. En urgencias no daban solución: Es mayor, reposo y calmantes. Me negué".
Así fue cómo, después de un mes y medio de parón, esta joven decidió tomar el mando y habló con su abuela. "Le expliqué qué era el dolor, qué causaba la medicación en su cuerpo y le propuse hacer ejercicio para que este desapareciera. Mi yaya, desesperada y un poco escéptica, acepto".
De esta forma, comenzaron haciendo ejercicios desde la cama, le enseñó a otras personas a moverla para que ella también trabajara y, cuando ganó un poco de fuerza, volvió a aprender a levantarse de la cama y a ponerse de pie sola. "Se veía más independiente y cada vez más motivada", asegura.
No obstante, "el proceso no es lineal, y un día recayó", explica. "Y es que cuando parecía que todo iba mejor, volvimos al principio. Estaba desganada, así que le dije: O espabilas o te vas al hoyo. Y se puso las pilas".
Desde ese momento, "empezó a ganar fuerza en las piernas y en los brazos, también mejoro su capacidad aeróbica y un día la chantajeé diciéndole que le cambiaba los ejercicios por bajar a andar a la calle, sabiendo que esto le iba a cansar más. Tenía que bajar la calle, andar, y subir dos pisos. A pesar de que le daba un poco de miedo por si se caía, se demostró que podía hacerlo y le dije que estaba muy orgullosa de ella", cuenta, recordando que, al final, "solo se fiaba de bajar a andar conmigo".
"Sé que todo esto no lo estaba haciendo solo por ella, lo estaba haciendo por mí y por ir a mi graduación de la universidad. Estaba ilusionada por verme graduarme de 2º de bachillerato, pero como fue el año del confinamiento no se hizo ceremonia. En 2020 le dije que tenía que aguantar 4 años para verme en la de la universidad", explica. Y después de meses de ejercicios, "hoy puedo decir que he recuperado a mi yaya. La tía vino a mi graduación por su propio pie", asegura, admitiendo que "verla allí me emocionó mucho porque yo sé lo que ha tenido que trabajar, sé lo que le ha costado".
"Nunca sabes cuántos recuerdos te quedan con las personas, no sabes cuándo va a ser la última vez que veas, hables o abraces a alguien. ¡Di lo que tengas que decir, haz ese viaje, deja ese trabajo, haz lo que tengas que hacer! No te guardes nada y vive, somos experiencias y aprendizajes, y yo tengo suerte de que mi yaya a sus 85 años me siga dando cátedra", finaliza esta joven, que destaca que "una vez más me ha enseñado que nunca se es demasiado mayor para empezar, que el movimiento es vida y que nunca es tarde".