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Son muchos los establecimientos hosteleros que han colgado el cartel de "no se admiten niños" en los últimos años.
Por norma general, se trata de negocios considerados exclusivos que deciden prohibir la entrada de los más pequeños de la familia para evitar ruidos, gritos o actitudes poco cívicas que, a veces, tienen algunos infantes.
Así, por paradójico que puede parecer, a la par que abren restaurantes en los que se puede entrar con mascotas, otro deciden impedir la entrada a los más jóvenes.
Un ejemplo de este fenómeno es el restaurante mallorquín Miceli. El negocio tiene prohibida la entrada de los menores de 12 años porque, según aseguraba su dueño, cuando se juntaban mucho pequeños es complicado dar el servicio con normalidad, ya que se levantan constantemente y corren por el establecimiento.
Por otra parte, fue muy sonado también el caso del restaurante asturiano de comida japonesa Fuente La Lloba (cerrado ya por jubilación de sus dueños tras 16 años de actividad), que llegó a tener cinco meses de lista de espera para poder pedir una mesa, y que decidió impedir el acceso a los menores de seis años.
Los argumentos del propietario del local eran similares a los del Miceli: los niños gritaban y corrían por todo el establecimiento, algo que afectaba a quienes buscaban tranquilidad en dicho restaurante.
No obstante, el dueño apuntaba que no era una persona "niñófoba", sino que algunas veces el problema venía de la falta de educación de los niños, responsabilidad de los padres.