Es verdad que durante muchos siglos el pudor y la vergüenza eran considerados como poco menos que una virtud. No tener vergüenza o el hecho de llamar a alguien sinvergüenza era un insulto. Sin embargo, los tiempos fueron cambiando y uno de sus objetivos fue superar esa 'tara'. La educación trabajó en el mismo sentido. Ya en el siglo XX empieza esa pérdida de vergüenza y quizá hoy, ya entrado el siglo XXI nos pasamos al otro extremo y ya se podría hablar de desinhibición.
No es este un tema que se trate en los medios, quizá porque es complejo. Pero no cabe duda de que es de gran interés y así lo ha entendido el Prof. José Guimón, catedrático de psiquiatría de la Universidad del País Vasco.
A la hora de definir la vergüenza, el Prof. Guimón habla de la ambivalencia de los términos que hay prácticamente en todos los idiomas.
La palabra desvergüenza se suele utilizar con significado negativo; es similar a descaro, impertinencia, insolencia, quizá deshonestidad o procacidad. Sin embargo, también tiene significado positivo: audacia, osadía, por ejemplo. Es vencer la timidez. Lo mismo ocurre con la palabra vergüenza que recibe una valoración positiva como defensa de la honra. También puede significar cortedad o encogimiento para lograr algo. “Donde no hay vergüenza, no hay honor”, dice un proverbio.
¿La vergüenza es consecuencia de la socialización?
Con el aprendizaje de la vida social se aprenden también determinados comportamientos que socialmente son correctos. Podríamos decir que se adquiere vergüenza para convivir, para facilitar la vida en sociedad. En este sentido sería equiparable a la educación.
¿Y por qué se puede convertir en el rasgo del siglo XXI? ¿Que impone la desvergüenza? Se ha transformado la educación, sin duda. Hoy es más libre. Las normas sociales se han liberalizado y la educación que llevaba a la vergüenza no se ha considerado conveniente. Además la desvergüenza tiene hoy beneficios públicos. Mostrar lo que uno tiene dentro reporta ventajas en forma de audiencia, de fama, de dinero... Ahí esta esa exhibición desvergonzada que vemos tan a menudo en programas de televisión.
Y cita un dato revelador: el concepto de obscenidad ha ido evolucionando. Cuando se emitía el programa Gran Hermano en el Reino Unido, el diario The Sun ofreció 80.000 dólares al habitante de la casa que hiciera el acto sexual ante las cámaras. Y en Japón, el programa Peep Room ofrecía a las chicas, el viaje y la estancia en hoteles de Tokio con todos los gastos pagados siempre que accedieran a ser grabadas mientras se masturbaban.
Tengo pudor = no quiero que me vean
En un interesantísimo ensayo sobre la desvergüenza, el Prof. Guimón parte de un hecho: los adjetivos que hoy se emplean para calificar por ejemplo a los jóvenes, no tienen para todos el mismo significado. Cuando decimos que han perdido el pudor, la vergüenza, los modales, las buenas formas, ¿Nos estamos refiriendo a lo mismo? O esa pérdida es un síntoma de madurez, de independencia, de liberación de viejos tabúes.
La exposición impúdica de la intimidad sentimental en los reality shows, al margen de cualquier connotación sexual, es también pornografía dura. Tengo vergüenza quiere decir no quiero que me vean. Por eso, mostrar abiertamente las funciones corporales estrictamente privadas (defecar, actividades sexuales, dormir, padecer dolores insufribles…) amenaza la dignidad del individuo. Desde este punto de vista, la función de la vergüenza es preservar la dignidad del individuo. Y se materializa en la creación de tabúes protectores y mecanismos de aislamiento y ocultamiento en todas las sociedades.
Solo el ser humano tiene vergüenza
La vergüenza es específicamente humana y los biólogos constataron ya hace mucho tiempo que los animales carecen de pudor. El ser humano es el único capaz de sonrojarse. Ruborizarse es un fenómeno espiritual que no puede ser excitado, por medios físicos, al revés que la risa que se puede estimular haciendo cosquillas.
¿Se hereda ser vergonzoso?
Puede haber una tendencia hereditaria en este problema. Porque desde algún punto de vista es un problema. Hay quien considera que la vergüenza es una traba a superar para lograr una vida placentera. Para otros, el sentido psicológico de la vergüenza es proteger lo que es privado de la intrusión publica.
Consideran que la esfera privada es esencial para el mantenimiento y mejoría de uno mismo y de la sociedad. En privado puede uno relajarse, y recuperarse de muchos encuentros no deseados. Las personas discretas en nuestra sociedad se tapan, se retiran para hacer el amor, para dormir, para defecar, para sufrir, para rezar y a veces hasta para comer.
Aunque pueden tener rasgos comunes, la timidez y la vergüenza no son lo mismo. Es mas, la timidez suele dominarse con la desvergüenza y hay muchos ejemplos en la historia. Uno, que ha estudiado con profundidad el prof. Guimón es el de Dalí, que de una timidez casi patológica, pasó al histrionismo, al exhibicionismo que, por otra parte le fue muy rentable...
El exhibicionismo es también frecuente entre algunas profesiones o en los metrosexuales o vigoréxicos. Y no podemos olvidar que las actitudes desvergonzadas son características comunes a los movimientos artísticos vanguardistas. La provocación de muchos artistas no obedece más que a eso.
¿La telebasura es un ejemplo publico de desvergüenza?
Desde mi punto de vista, sí. Entiendo la telebasura como la define J. A. Marina: como una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo como palancas de atracción de la audiencia. Y no solo podemos referirnos a esos realitys, sino también a esos programas de confesiones intimas y familiares.
El impudor lleva a desvelar sentimientos íntimos. Se ha hecho y se hace un espectáculo desvergonzado del dolor, del amor, de la muerte. Se ha llegado al exhibicionismo de lo intimo (nacimientos impúdicos, agonías, muestras poco dignas del cuerpo humano, cuerpos destrozados por guerras o catástrofes...)
Insaciable televisión
La televisión es insaciable. Hay programas de cámaras ocultas, o que someten al concursante a pruebas vejatorias, o a comer asquerosidades...
¿Y porque lo vemos? Porque lo asqueroso que muestra la pantalla genera un sentimiento de repulsión asociado a la atracción. Mientras más basura se consume, más se depende de ella. La telebasura es un reflejo de la decadencia social, porque es producto de un sistema sustentado en la vulgaridad. En ese contexto, el público sediento de novedades quiere carnaza. Quizá es que en lo más intimo de cada uno de nosotros reside un voyeur que en la intimidad podemos permitir que se muestre.
Algo en lo que deberíamos reflexionar: ¿Que ocurre después con esas personas que hacen de sus sentimientos ese espectáculo? Cuando ellos vuelven a casa pueden producir un gran daño en el entorno, pueden perjudicar a los suyos.
Y pueden perder naturalmente la consideración de los demás... ¿Que ha ocurrido por ejemplo con los muchos que han pasado por Gran Hermano. ¿Se les tiene respeto o consideración después de haber exhibido sus sentimientos por el único interés de ganar dinero, ser conocido, obtener fama...?
En cuanto a las tertulias televisivas, el Prof. Guimón vuelve a citar a Jose Antonio Marina. “Es un grave factor de aculturización. Por una parte explican temas complicados con argumentos simplistas. Y al rebajar el nivel de las discusiones presenta las opiniones de cualquier participante al mismo nivel que la del otro, en una peligrosísima “pseudodemocratización” del saber.
La desvergüenza de los políticos
¿Osadía y desvergüenza son sinónimos? A veces coinciden, pero no es lo mismo. Por eso a veces también la desvergüenza es positiva. Y las hay que se tienen asumidas como si fuera inherente a alguna profesión...
Si se admiten por ejemplo las desvergüenzas de los políticos o de presidentes de grandes compañías que fabrican por ejemplo, minas que explotan al pisarlas; o que saben que su empresa contrata trabajo infantil o de zonas subdesarrolladas para incrementar las ganancias... Los políticos en la lucha electoral aceptan y admiten cualquier cosas y luego pueden hacer lo contrario.
Esa desvergüenza es la causa del desprestigio de la clase política. Lo tenemos asumido porque el uso de la desvergüenza se ha hecho corriente. Y el ciudadano tiene pocas posibilidades de protestar como no sea con sus votos...
En conclusión, la función de la vergüenza es preservar la dignidad del individuo con la creación de tabúes protectores y mecanismos de ocultamiento y aislamiento en todas las sociedades. Cuando se rompen esas barreras las situaciones pueden resultar vergonzantes, desagradables, obscenas o pornográficas.
La esfera privada es esencial para el mantenimiento y la mejoría de sí mismo y de la sociedad. Las relaciones que mantenemos con nuestras familias, nuestros amigos y nuestros amantes necesitan una privacidad. Sólo los regímenes totalitarios y las instituciones totales (prisiones, manicomios) no permiten ningún espacio privado.
Sobre el autor:
Ramón Sánchez-Ocaña
Ramón Sánchez-Ocaña (Oviedo, 1942) es miembro del Comité Editorial de 65Ymás. Estudió Filosofía y Letras y es licenciado en Ciencias de la Información. Fue jefe de las páginas de Sociedad y Cultura de El País, y profesor del máster de Periodismo que este periódico organiza con la Universidad Autónoma de Madrid.
En 1971 ingresa en TVE. En una primera etapa se integra en los servicios informativos y presenta el programa 24 horas (1971-1972). Entre 1972 y 1975 continúa en informativos, presentando el Telediario. No obstante, su trayectoria periodística se inclina pronto hacia los espacios de divulgación científica y médica, primero en Horizontes (1977-1979) y desde 1979 en el famoso Más vale prevenir, el cual se mantiene ocho años en antena con una enorme aceptación del público.
Tras presentar en la cadena pública otros dos programas divulgativos, Diccionario de la Salud e Hijos del frío, fue fichado por Telecinco para colaborar primero en el espacio Las mañanas de Telecinco y posteriormente en Informativos Telecinco.
Es colaborador habitual de radio, periódicos y revistas, y autor de una veintena de libros, entre los que destacan Alimentación y nutrición, Francisco Grande Covián: la nutrición a su alcance, El cuerpo de tú a tú: guía del cuerpo humano, Guía de la alimentación y Enciclopedia de la nutrición.
En 2019 entró en el Comité Editorial del diario digital 65Ymás, en el que colabora actualmente.