En ciudades como Madrid, más de 240.000 personas sufren soledad no deseada, una cifra que crece sin parar y que afecta a personas muy diversas, con diferentes orígenes y edades. Pero, ¿y si la estigmatización del término, asociado a lo negativo y al aislamiento, hiciese que solo se visibilizasen los casos extremos como los de las personas mayores que mueren en soledad tras años de abandono?
"Un entramado de condicionantes políticos, sociales y económicos hacen que mucha gente no se de ni cuenta de que está sola hasta que llega a la jubilación", expone Sandra Candelas, experta en trabajo comunitario y formadora del Equipo Andecha en la primera jornada sobre Soledad, organizada por el grupo cooperativo Tangente (@Tangente_coop) y la Fundación La Caixa (@FundlaCaixa) hasta el próximo 17 de abril, que pretende hablar de la soledad desde un punto de vista movilizador.
La situación de soledad en las ciudades tiene además unos condicionantes propios, que a lo largo de los siglos ha ido alejando a unas personas de otras y que ahora se ve agravado por los modos de vida individualistas y el uso de las tecnologías. "Somos las personas y no los desarrollos urbanísticos los que creamos las ciudades, por lo que es urgente que recuperemos las comunidades y redes de vecinos para compartir la soledad no deseada", señala Sandra Candelas.
Medicalización de la soledad
Y es que "el modelo de organización social actual se apoya en múltiples barreras y malestares que aíslan y discriminan a las personas y que solo suelen tener respuesta desde un punto de vista médico e individual, aunque el problema de la soledad no deseada, sea fundamentalmente político y económico, además de social", apunta Alberto Ortiz, médico psiquiatra con más de 20 años de experiencia en centros de Salud Mental en barrios de Madrid.
En opinión de Ortiz, debido a la teoría neoliberal dominante, la soledad se aborda desde las instituciones como "una patología sanitaria, produciendo una medicalización del problema debido a la búsqueda de una solución descontextualizada y simplificada basada en la etiqueta diagnóstica". "Esto lejos de ayudar puede generar muchos daños, como generar dependencias inútiles o culpabilizar a las personas por su malestar ante situaciones injustas como la precariedad o las desigualdades sociales", señala.
Espacios sin alma
El gran reto, señalan los expertos, es generar espacios comunitarios y alternativas de sociabilización que permitan recuperar los vínculos, ante la crisis del modelo social. "La gente mayor, y sobre todo las mujeres, eran la que hacía barrio en Vallecas, Tetúan o Lavapiés y esto se está perdiendo en favor de un urbanismo cerrado, de aislamiento físico", opina Ana Muiña, historiadora especializada en movimientos sociales. "Los habitantes de las ciudades somos tratados como mera mercancía al servicio de grandes intereses".
Se trata, según Muiña, de un proceso calculado -que se remonta a evitar casos como las revueltas de la Comuna de París del siglo XIX-, que provoca la destrucción de lo antiguo, del espacio común, de las plazas, de los parques y de las pequeñas tiendas.... "Esto convierte a las personas en seres desarticulados del entorno y a las ciudades en espacios sin alma", afirma Muiña, quien añade que a la soledad no deseada se unen las dificultades de sentirnos solos ante ciertos problemas, que antes se suplían de manera natural, con las redes de apoyo vecinales.
Conexiones significativas
La reflexión sobre los cuidados a los que puede recurrir una persona en la ciudad incrementa el sentimiento de soledad, sobre todo en los casos de las personas mayores, las que paceden enfermedades y entre aquellas que se sienten "diferentes", considera Sam Fernandez investigadora y formadora en género y diversidad. "Recuerdo que Boti García (@btcpd), activista del movimiento LGTBI, concluyó que el principal problema de las mujeres lesbianas es la soledad, en cuanto a la desvinculación de muchos espacios sanitarios o sociales, por no sentirse "igual". Y recuerda que en los casos de las personas mayores que viven en residencias, "esto se complica".
Por eso propone una perspectiva de los social más inclusiva que tenga en cuenta la diversidad y a aquellas personas con necesidades diferentes, como pueden ser aquellas con problemas de movilidad o enfermedades discapacitantes. "Son necesarios más referentes. Vivimos en la cultura del éxito y no alcanzarlo supone vulnerabilidad. Se me ocurre que crear conexiones significativas, escuchar al otro o sentirse identificado puede ser una buena herramienta para combatir la soledad".