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Los dueños de perros que viven en Ourense llevan tiempo saliendo a pasear a sus mascotas con máxima precaución. Y es que algún desalmado se dedica a colocar cebos con alfileres o agujas en diferentes zonas de la ciudad, sobre todo en A Ponte y O Vinteún. Durante las últimas semanas se han encontrado hasta 15 trampas, provocando la muerte de algún perro y graves lesiones en otros, según informan medios locales.
La preocupación de los vecinos ha hecho que incluso se haya lanzado una campaña en la plataforma change.org pidiendo vigilancia policial y ayuda ciudadana para acabar con esta salvajada. Señalan que "ante la aparición de trozos de carne, jamón y tortilla con alfileres incrustados en Ourense, los vecinos están escandalizados tras encontrar en algunos parques de la zona y bajo las vías del ferrocarril alimentos punzantes, que tienen como objetivo herir, e incluso provocar la muerte, a perros y gatos".
Pese a las continuas denuncias, explican en la plataforma, "lejos de que la situación mejore, parece que va in crescendo, por lo que rogamos que la policía local y el alcalde de Ourense hagan algo, dado que llevamos años así". LA campaña cuenta ya con más de 45.000 firmas.
En La Voz de Galicia publican este lunes el testimonio de José Antonio Fernández, Aurora Rodríguez y su hijo Mateo, una familia cuyo perro ha caído en una de estas trampas. Hera tenía tan solo 8 meses cuando, como cada sábado, bajó a pasear. En este caso fue Aurora quien la sacó, y desde la ourensana rúa Quintián se dirigieron a pasear por el barrio de O Vinteún.
En un momento de descuido, Hera se lanzó sobre algo que llamó su apetito. Aurora tiró de ella, pero la perrita ya lo había tragado. Alrededor, varias trampas para perros. "Mi mujer me llamó llorando", dice José Antonio. Hera se había comido un cebo, un trozo de embutido para mascotas repleto de alfileres.
Llamaron de urgencia a la clínica Natureza donde, tras hacerle una radiografía, los especialistas decidieron que era necesario operar. Dos horas y media de quirófano para, entre otras cosas, extirpar de su faringe dos alfileres que se habían quedado trabados. Tuvieron que abrirle el estómago. Después vino una lenta y dolorosa recuperación, en la que la perra tuvo que medicarse con protectores gástricos.
Hoy, Hera solo conserva una calva y una pequeña cicatriz de lo ocurrido aquellos días, pero a la familia, el mal trago y el sentimiento de culpa no se los quita nadie. "Aunque siempre sientes la responsabilidad, realmente puede pasarle a cualquiera", apunta José Antonio a La Voz de Galicia.