Como ya explicó en su día el profesor de Historia Edmundo Fayanás desde las páginas de Nueva Tribuna, con la llegada a España de la Segunda República “la sexualidad salió del cuarto oscuro donde la tenía metida el poder político y la Iglesia”, pero fue por poco tiempo porque el golpe de estado y la subsiguiente dictadura franquista la volvió a encerrar en ese mismo cuarto durante 40 años.
Segregación sexual
Y para devolver la sexualidad a su cuarto oscuro durante décadas se comenzó por hacer un lavado de cerebros desde la más tierna infancia, en las escuelas.
Para empezar había que segregar por sexo a alumnas y alumnos que no solo no podían compartir aula sino ni tan siquiera colegio. De hecho, el artículo 26 del Concordato firmado entre España y el Vaticano en el año 1953, se decía: “Todos los centros docentes, de cualquier orden y grado, sean estatales o no estatales, la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia católica”.
Grupo de niñas de un colegio religioso de Figaredo en 1951. Foto: Wikipedia
No es de extrañar por tanto que la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza (FERE) predicase que “los riesgos morales son grandes. La iglesia no se opone a una convivencia de sexo, sino a sustituir fácilmente una legitima comunidad por una promiscuidad de carácter tendenciosamente igualitaria”.
La principal ventaja de la segregación por sexos en la escuela estaba en que de esta forma la dictadura podía emprender más fácilmente la tarea de acometer dos enseñanzas diferentes, una para convertir a los muchachos en patriotas y otras para hacer de las niñas las futuras esclavas deseosas de complacer en todo a esos mismos futuros padres de la patria.
Esposas y madres ejemplares
Durante el franquismo, España fue modelo del patriarcado más absoluto y la mujer se vio relegada exclusivamente a su tradicional rol en el hogar, puesto que se decidió “liberarla” del trabajo en fábricas, oficinas, administraciones… Su opción de ingresar en el mundo laboral era prácticamente nula y en las escuelas se las preparaba para ser lo que el Régimen entendía como “buenas esposas y madres” dentro de la familia tradicional, célula básica de la nación.
Sección Femenina de Falange en Gipuzcoa. Foto: Wikipedia
Pilar Primo de Rivera, hija del dictador Miguel Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange y fundadora a su vez de la Sección Femenina de la propia Falange declaró en 1943: “Las mujeres nunca descubren nada, les falta talento creador, reservado por Dios para las inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho… por eso hay que apegar a la mujer con nuestra enseñanza a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta, tenemos que hacer que la mujer encuentre allí toda su vida y el hombre todo su descanso”. Así fueron las cosas en este país.
Hasta el matrimonio no hay nada que hacer
Por supuesto, entre otras cosas el hacer que “el hombre encuentre todo su descanso”, implicaba acceder a todos sus deseos carnales sin rechistar. Eso sí, después de haber contraído matrimonio porque antes era un grave pecado severamente condenado por la Iglesia.
Como ejemplo dos botones. El padre Quintín Sariegos, recuerda Edmundo Fayanás, escribió en su libro en su libro La luz en el camino que “en el 90% de los casos son ellas las que desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su celo apetitoso”.
Novios en los años sesenta. Foto: Wikipedia
Y como apunta el catedrático de Filosofía Julián Arroyo Pomeda, el padre padre Antonio Aradillas predicaba la prohibición de besar a una novia porque sería “un beso brutal clavado con saña de bestia en la mejilla de nieve de de la chica piadosa”.
En su trabajo, Edmundo Fayanás recuerda como en, por aquellos años, el alabado libro que Emilio Encisó Viana tituló La muchacha y la pureza, podía leerse: “Cuando los vestidos, por frivolidad o por tontería de la moda o por descuido, se achican, se ciñen, o de otro modo resultan provocativos, son inmodestos… Haya quien dice ¿Qué tiene que ver en el vestido femenino un centímetro más o menos? Son tonterías de los curas y las beatas ¿No han de tener nada que ver? Ese centímetro hace que en el vestido no exista la moderación, la regla, el equilibrio que exige la decencia cristiana, y es ocasión de que, al verlo, ofenda la pureza ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, que los novios vayan cogidos del brazo? ¿No ha de tener que ver? Esas intimidades, esa licencia de coger el novio el brazo de la novia, es una puerta que se abre al pecado, es una facilidad para él, es un incentivo, es una hoja arrancada a la flor de la pureza, es la corteza que se ha quitado a la fruta”.
“No es por vicio ni por fornicio”
Antes de hacer el amor o, como se decía en el Código de Derecho Canónico que a algunos nos tocó estudiar en la Universidad, hacer uso del "débito conyugal", solía pronunciarse una jaculatoria, que en según y qué ambientes parece ser que no ha caído en desuso, que rezaba: “No es por vicio ni por fornicio sino para traer un hijo a tu servicio”.
Dormitorio con crucifijo. Foto: museos.wiki
Y también por supuesto, se esperaba de la mujer que trajese al mundo mientras más niños mejor para repoblar cuanto antes el país. De hecho las familias numerosas tenían muchos beneficios que incluso llegaban hasta a facilitarles un piso para su abundante prole. Eso sí las familias numerosas no eran como las de ahora, tenían que tener como poco cinco o seis hijos y se llegaron a ver en el popular No-Do matrimonios con hasta 25 vástagos.
La discriminación femenina llegaba a tales y tan ridículos extremos que en los colegios de religiosas se explicaba a las alumnas púberes que los días en que estaban menstruando no podían comulgar y a las internas se les obligaba además a bañarse con el camisón puesto.
Matrimonio católico sí o sí
Una de las más relevantes conquistas sociales que trajo a España la Segunda República fue la posibilidad de contraer matrimonio civil y la de divorciarse, pero ambas cosas vieron llegar su fin con el triunfo del bando sublevado en 1939.
Aquel año se declararon nulos los matrimonios civiles celebrados desde su instauración en 1932 y en consecuencia los cónyuges deberían volver a casarse, por la Iglesia, si querían seguir estando casados y reconocer a sus hijos. Pero además, el franquismo puso una condición para celebrar ese nuevo matrimonio, que los hasta entonces esposos demostraran su catolicismo practicante.
Matrimonio católico durante el franquismo. Foto: Twitter
Por lo que al divorcio se refiere, todos los realizados desde 1932 simplemente se declararon nulos. Miles de divorciados volvieron a estar casados y un gran porcentaje de ellos, por añadidura se convirtieron en bígamos.
No obstante, desde 1941, quienes no deseasen contraer matrimonio religioso podían contraerlo civil aunque, eso sí, necesitaban para ello un certificado oficial de su no catolicismo lo que nadie podía solicitar sin reconocer implícitamente su republicanismo y en consecuencia arriesgarse a ser represaliado por ello.
Otra de las características del cristiano matrimonio franquista era la paradójica figura de “el parricidio por honor”. Y es que el Código Penal que estuvo vigente nada menos que hasta 1963 especificaba en su artículo 428 lo siguiente: “El marido que sorprendiendo en adulterio a su mujer matare en el acto a los adúlteros o a alguno de ellos, o les causare alguna lesión grave, será castigado con la pena de destierro. Si les produjese lesiones de otra clase, quedará exento de la pena”.
Muy diferente era la situación si el adúltero era el marido. Entonces solo existía delito si el hombre convivía con su amante bajo el mismo techo en el que lo hacía con su esposa legal y sus hijos.
Tocamientos impuros
Los que recibimos una educación religiosa durante el franquismo sabemos muy bien que era obligatorio pasar asiduamente por el confesionario y que lo primero que te preguntaba el sacerdote es si habías cometido “el pecado de tocamientos impuros contigo mismo o con otros”.
Confesionario. Foto: Wikipedia
La obsesión del nacional catolicismo por poner puertas al campo y demonizar la masturbación de los adolescentes fue realmente enfermiza.
Volvemos a recurrir al profesor Fayanás que a su vez alude al padre García Figar cuando a este respecto explicaba que la masturbación acarrea “desnutrición orgánica. Debilidad corporal. Anemia general. Caries dental. Flojera de piernas. Sudor en las manos. Opresión grande en el pecho. Dolor de nuca y espalda. Pereza y desgana para el trabajo y hasta la imposibilidad de realizarlo. Acortamiento de la vida sexual, imposible de rescatar más tarde. Pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio. Esterilidad espermatozoide. Retentivo nulo. Oscuridad en el entendimiento. Obsesiones y desvaríos. Voluntad débil. Incapacidad para el sacrificio. Aficiones animales”. Una absoluta catástrofe física y moral para los chavales.
¿Homosexualiqué?
Obviamente, la homosexualidad era absolutamente e indiscutiblemente rechazada. Los hombres no podían estar con otros hombres, era un vicio impresentable, y las mujeres no podían estar con otras mujeres porque era, sencilla y llanamente, algo contra natura.
Para la Iglesia y, por ende, para el franquismo, la sexualidad no reproductiva era simplemente una aberración absoluta, una anormalidad inaceptable y un pecado difícilmente perdonable.
Placa homenaje a los homosexuales encerrados durante el franquismo en la antigua cárcel provincial de Huelva. Foto: Wikipedia
La Ley de Vagos y Maleantes dictada por Francisco Franco decía textualmente: “A los homosexuales, rufianes y proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos mentales o lisiados se les aplicarán para que cumplan todas sucesivamente, las medidas siguientes:
Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola. Los homosexuales sometidos a esta medida de seguridad deberán ser internados en instituciones especiales, y en todo caso, con absoluta separación de los demás.
Prohibición de residir en determinado lugar o territorio y obligación de declarar su domicilio.
Sumisión a la vigilancia de los delegados”.
Código Penal franquista. Foto: BOE
Por lo que a las mujeres se refiere, durante el franquismo la homosexualidad femenina, sencillamente no se contemplaba. Pero a pesar de tener que ocultarse y sufrir una terrible discriminación, las lesbianas existían y, recuerda el profesor Edmundo Fayanás, “desarrollaron hasta redes económicas para no depender de los hombres. Eran solidarias y crearon increíbles espacios de libertad: desde acampadas hasta zonas bohemias, como el Paralelo o las Ramblas de Barcelona. Sus relaciones eran clandestinas, pero disimulables: nadie podía imaginarse que dos amigas del brazo podían llegar a tener una relación tan subversiva”.
La prostitución es cosa de hombres
Por lo que a la prostitución se refiere, la Segunda República la prohibió por ley. Pero esa prohibición fue levantada, también por ley, en 1941. Y es que cualquiera que viviese los años de la terrible posguerra española sabe que los conocido como “los años del hambre” fueron 1940 y 1941, y, por desgracia, muchas mujeres se vieron obligadas a prostituirse para sacar adelante a sus familias.
Prostitutas en los años 40. Foto: Wikipedia
Pero una de las inevitables consecuencias de la prostitución es la propagación de enfermedades venéreas que en aquellos años llegaron a convertirse en un verdadero problema de salud pública.
Esto llevó a muchas mujeres sin ningún recurso a terminar en prisiones como la toledana de Calzada de Oropesa, en manicomios como el madrileño de Cienpozuelos, si eran menores de edad en los conventos de las Adoratrices, o en los llamados Patronatos de Protección a la Mujer que presidía doña Carmen Polo, esposa del dictador Francisco Franco, y cuya función era "velar por todas aquellas mujeres que, caídas, desean recuperar su dignidad".
Pero poco más se puede añadir sobre el tema de la prostitución en España, donde fue legal hasta 1956, salvo que durante el desarrollismo de los años sesenta y setenta dio un giro radical hacia la explotación femenina tal y como hoy la entendemos porque, de nuevo acudimos a Edmundo Fayanás, “todos los informes respecto a la prostitución en la España franquista desaparecieron de los fondos policiales y nunca más se supo de ellos”.
Sobre el autor:
Antonio Castillejo
Antonio Castillejo es abogado y periodista. Comenzó su carrera profesional en la Agencia Fax Press dirigida entonces por su fundador, Manu Leguineche, en la que se mantuvo hasta su desaparición en 2009. Especializado en información cultural y de viajes, desde entonces ha trabajado en numerosos medios de prensa, radio y televisión. Actualmente volcado con los mayores en 65Ymás desde su nacimiento.