El Cohousing, mucho más que compartir casa
“El Cohousing te quita el miedo a la vejez. Gracias a él, te ves más tutelada y cubierta”, explica Pilar Ruiz (78 años), una residente del Centro Social de Convivencia Trabensol (Torremocha de Jarama, Madrid). Ruíz se instaló en el centro, junto a su marido Jaime Beneyto, allá por 2014. Residen en un cómodo apartamento y pagan 1.200 euros al mes por todos los servicios que ofrece la cooperativa.
Antes de mudarse a Trabensol, vivían en su casa de toda la vida, en la céntrica calle madrileña de Palos de la Frontera, pero, al independizarse sus hijos, decidieron cambiar de vida. Una vez jubilados y anticipando que la vejez iba a ser un proceso complicado, prefirieron curarse en salud y apostaron por un proyecto de vida en común con otras personas de su edad: el Cohousing.
La cosa llevaba tiempo fragüandose: en su juventud, ya habían soñado con irse a vivir a una comuna con amigos. Tras descubrir, en un artículo de Maruja Torres publicado en El País, que este tipo de cooperativa de vivienda y servicios existía, decidieron investigar más sobre el tema y encontraron otros proyectos similares en Málaga y Holanda. "Nos pusimos en contacto con ellos y nos contaron como lo habían puesto en marcha", recuerda Ruíz.
Poco tiempo después, a principios de los 2000, dieron el paso y fundaron la cooperativa Trabensol, junto a otros amigos. Y, tras 10 años de organización y construcción, se mudaron a su nuevo hogar. “Fue muy costoso poner en marcha el proyecto”, comenta. Pero no se arrepienten, todo lo contrario.
El centro de convivencia les proporciona todos los servicios necesarios para llevar a cabo un día a día sano y gozar de un envejecimiento activo. En Trabensol han hecho buenos amigos con los que pasan el día jugando o charlando en interesantes tertulias. "Además, para mí, que tengo una familia numerosa, el encontrarme con la comida en la mesa es un placer”, añade Ruíz.
Y es que este proyecto de Cohousing, que consta de más de 50 apartamentos, aporta todos los servicios imaginables para fomentar una vejez confortable. “Tenemos equipos de limpieza, baños terapéuticos, gimnasio, sala para los nietos, aulas para talleres de pintura y ebanistería e, incluso, un cine”, apunta. También cuentan con un equipo de altavoces en los que escuchan música clásica una vez a la semana y otros espacios en los que organizan aperitivos todos los fines de semana o celebran fiestas por carnavales, navidades o aniversarios del centro.
La rutina de esta mujer, de casi 80 años, es frenética: por la mañana juega al tenis de mesa, durante más o menos una hora, después, asiste a un taller de pintura, come, se echa una siesta y, por la tarde, participa en una clase de danzas del mundo. “No me hubiese imaginado hacer este tipo de cosas a partir de los 70 años”, apunta.
“Aquí hay que venir sano”, comenta, en referencia a que no se trata de una residencia (la media de edad son 76 años). Por ello, es importante que las personas envejezcan en ellugar para prever acontecimientos. “Actualmente, hay un grupito de personas que requieren apoyo para cambiar de postura en la cama o que les recuerden qué pastillas tomar, gracias a que llevan un tiempo aquí podemos adaptarnos a estas circusntancias”, explica.
Socializar no entiende de edad
Marisa Hidalgo lleva sólo cinco años involucrada en el proyecto. Al ser fundado por un grupo de amigos, le costó un poco más integrarse pero, a día de hoy, se siente una más y dice estar encantada. Esta madrileña de 75 años tenía una tienda de ropa y de regalos en Manuel Becerra y vivía cerca de la Plaza de Castilla (apartamento que aún conserva). Un día, al poner la televisión, vio un reportaje sobre la iniciativa Trabensol y decidió sumarse al proyecto.
“Me preocupaba terminar en una residencia. Las grandes ciudades son muy solitarias, casi no ves al vecino de al lado en todo el día”, comenta. Y añade: “Mis hijos tienen sus propias familias y están muy ocupados”. Según ella, la gente se preocupa mucho por los estudios o por el trabajo pero no prevé qué hacer en la vejez.
En cuanto a su día a día en el centro, es también muy dinámico. Además de hacer actividades físicas como Chi Kung (arte marcial china) o dar clases de pintura, se involucra en las comisiones que rigen la cooperativa. “Participo en la socio-sanitaria (temas de cocina y limpieza) y en la de decoración. En Trabensol hay muchísimo que hacer. No te aburres nunca”, explica.
Según Hidalgo, la iniciativa sirve también para evitar la soledad en la vejez, sobre todo tras el fallecimiento de uno de los miembros de la pareja. Los viudos y viudas reciben el cariño de la comunidad y evitan así un posible proceso de aislamiento y depresión, haciendo del duelo un trance más soportable.
Años de autogestión
El proyecto de Trabensol, de los pionero en España, se ha vuelto todo un referente. Son muchas las comunidades de personas mayores, de otras partes del país, que van a pedir consejos a sus miembros. Pero, lo que muchos no saben es que esta idea de autorganización no surgió sola: los fundadores llevaban años gestionando cooperativas, cosa que facilitó la ardua tarea de crear el centro. “Siempre hemos sido gente muy activa en el terreno social. Cuando éramos jóvenes, creamos cooperativas de vivienda para lograr abaratar su coste y lo conseguimos”, comenta orgulloso Jaime Moreno (82 años), uno de los creadores del proyecto. Y, para concluir, resalta uno de sus hitos: “Fuimos también fundadores de la cooperativa que creó el colegio Siglo XXI de Moratalaz, en los 70”.