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El 4 de agosto de 2020 quedará grabado en la memoria de todos los libaneses después de que una explosión masiva en el puerto de Beirut provocara 200 muertos, miles de heridos e innumerables daños materiales. Desde entonces, ONGs, instituciones y empresas han llevado a cabo diferentes campañas de ayuda humanitaria para tratar de paliar en la medida de lo posible los devastadores efectos de la catástrofe. Entre ellas, se ha conocido en los últimos días la iniciativa de una artista libanesa que lleva meses fabricando muñecas para los niños afectados.
Desde muy poco tiempo después de la tragedia, Yolande Labaki, de 93 años, ha estado tejiendo y pintando a mano estas muñecas para devolver la sonrisa a los niños que perdieron todos sus juguetes por culpa de las explosiones. Su objetivo es llegar a 100 y entregarlas antes de la Navidad a través de la ONG Achrafieh 2020. Ya va por la septuagésima octava muñeca y cada una de ellos lleva el nombre de la niña que lo recibirá. Una obra titánica hecha con amor y empatía.
"Después de la explosión me pregunté qué demonios podía hacer para ayudar Al no poder moverme, me dije a mí misma que tenía que echar una mano con lo que sabía hacer: coser y pintar. Comencé por hacer un cuadro inspirado en este terrible suceso, que ofrecí a una subasta benéfica. Pero cuando encontré una muñeca completamente andrajosa en mi habitación, que había sido devastada por la explosión, mi cabeza hizo clic. Me puse manos a la obra para hacer muñecas de trapo para las niñas que perdieron sus juguetes en la explosión de sus casas", cuenta Yolande Labaki al diario L'Orient-Le Jour.
"Se ha ayudado a reparar paredes, puertas y ventanas, pero nadie ha pensado en los niños, en lo que podría significar para ellos la pérdida de sus juguetes o sus peluches. Me encantaría que mis muñecas de trapo reemplazaran a sus peluches perdidos y que estos fueran un calmante que les ayudara a dormir bien", desea esta madre, abuela y bisabuela.
Desde entonces, Yolande Labaki le ha dedicado todos sus días: "Ya no hago nada más. Tomo mi desayuno, me siento frente a mi máquina de coser y no me detengo hasta un poco antes del informativo de la noche. Lleva mucho tiempo lograrlo". Esta nonagenaria asegura que es "un desafío" y que "las dificultades" sacan "lo mejor" de ella. "Me parece una actividad tranquilizadora y gratificante, porque muy rápidamente ves el resultado de tu trabajo. Todo el mundo debería volver a coser…", aconseja.